domingo, 28 de abril de 2013

EL CORONEL HENRY STEEL OLCOTT


EL CORONEL HENRY STEEL OLCOTT
Por Annie Besant.

H. S. Olcott provenía de una vieja familia puritana inglesa establecida durante
muchas generaciones en Estados Unidos, y su abuela era descendiente de uno de los
primeros miembros de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Nació en
Orange, New Jersey, el 2 de agosto de 1832. Tenía sólo veintitrés años, cuando el éxito
que alcanzó en una granja modelo de Agricultura Científica cercana a Newark, hizo
que el gobierno griego le ofreciera la Cátedra de Agricultura en la Universidad de
Atenas. El joven rechazó tal honor, y el mismo año fundó junto con el Sr. Vail, de New
Jersey, ʺLa Granja Escuela de Westchesterʺ (The Westchester Farm School), cerca de
Mount Vernon, en Nueva York, una escuela considerada en Estados Unidos como una
de las pioneras del actual sistema educativo agrícola nacional. Allí, se interesó en el
cultivo del sorgo, recientemente traído a Estados Unidos, y escribió su primer libro,
titulado El Sorgo y el Imphee, la Caña de Azúcar China y Africana, obra de la cual se
hicieron siete ediciones, y que el Estado de Illinois decidió tener en sus bibliotecas
escolares. Ese libro llevó a que le hicieran una oferta para ocupar la jefatura del
Departamento de Agricultura en Washington, propuesta que rechazó, al igual otras
propuestas como administrador de dos inmensas propiedades.
En 1858, el Sr. Olcott visitó Europa por primera vez, interesado aún en el
mejoramiento de la agricultura, y el informe de lo que vio fue publicado en la
Enciclopedia Americana Appleton (Appletonʹs American Cyclopaedia). Reconocido como
un experto, se convirtió en corresponsal norteamericano de la afamada publicación
Mark Lane Express (Londres), y Editor Asociado Agrícola del famoso diario New York
Tribune, publicando además otros dos libros sobre agricultura.
Esa fase de su vida concluyó con el comienzo de la Guerra Civil norteamericana,
cuando su pasión por la libertad lo llevó a alistarse en el ejército del Norte, y
permaneció en la campaña de Carolina del Norte bajo las órdenes del General
Burnside, pero tuvo que ser enviado a New York debido a unas fiebres. Tan pronto
como se recuperó, se preparó de nuevo para ir al frente, pero el gobierno, dándose
cuenta de su capacidad y su valor, lo escogió para llevar a cabo una investigación por
sospechas de fraudes dentro de la Oficina de Recaudación y Desembolsos de Nueva
York. Todos los medios se emplearon para detener su resuelta investigación, pero ni
los sobornos ni las amenazas hicieron mella en la conducta del decidido joven oficial,
dentro de una campaña que era más peligrosa que enfrentarse a las balas sureñas en el
campo de batalla. Su arrojo físico brilló en la Expedición de Carolina del Norte, y su
valor moral fulguró aún más resplandeciente en los cuatro años que estuvo luchando,
Coronel Henry Steel Olcott en medio de una tormenta de calumnias y oposición, hasta que envió al peor criminal a la prisión de Sing Sing durante 10 años, y luego recibió un telegrama gubernamental
donde le decían que esa convicción era ʺtan importante para el gobierno como la
victoria de una gran batallaʺ. El Secretario Stanton declaró que le otorgaba autoridad
ilimitada, porque ʺencontró que él no había cometido error alguno que requiriese
correcciónʺ. El Secretario Asistente Fox escribió, por su parte, que deseaba dejar
testimonio del gran celo y fidelidad que caracterizaron su conducta, bajo
circunstancias muy comprometedoras para la integridad de un funcionarioʺ. El
Secretario Asistente de Guerra escribió: ʺUsted tendrá de sus conciudadanos el
respecto que se le debe por su patriotismo y honorable servicio al Gobierno durante la
rebeliónʺ. El Juez Defensor General del Ejército escribió: ʺNo puedo permitirme dejar
pasar la ocasión sin expresarle francamente mi gran aprecio por los servicios que usted
ha prestado, en la difícil posición y responsabilidad de la que está a punto de retirarse.
Estos servicios se destacaron notablemente por su tesón, capacidad, y absoluta
fidelidad hacia el deberʺ. Tales palabras revelan las cualidades más características de
la vida de H. S. Olcott.
El Sr. Olcott se convirtió en el Coronel Olcott, y en Comisionado Especial del
Departamento de Guerra. Después de dos años, el Secretario de la Armada le rogó que
prestara sus servicios para acabar con los abusos en los astilleros, por lo que fue
nombrado Comisionado Especial del Departamento de la Armada. Con una actitud
resuelta y decidida se sumergió en el trabajo, limpió ese Departamento, reformó el
sistema de cuentas, y al final recibió el siguiente testimonio oficial: ʺDeseo decir que
nunca me he encontrado con un caballero a quien al confiársele tan importantes
deberes, haya respondido con más habilidad, rapidez y confiabilidad que la que usted
ha demostrado. Ante todo, deseo dar testimonio de su entera rectitud e integridad de
carácter, que estoy seguro han distinguido su carrera completa y que, según mi
conocimiento, jamás han fallado. Que usted haya escapado sin mancha en su
reputación, considerando la corrupción, la audacia y el poder de muchos villanos en
altos puestos a quienes usted ha perseguido y castigado, es un tributo del cual usted
bien puede enorgullecerse, y que ningún otro hombre en similar puesto y servicio para
este país ha logrado jamásʺ.
Este fue el hombre a quien Madame Blavatsky, enviada por su Maestro a Estados
Unidos para hallarlo, fue escogido por Ellos para fundar junto con HPB la Sociedad
Teosófica, para luego pasar el resto de sus vidas organizándola por todo el mundo. Él
llevó a esa tarea su inmaculado récord de servicios públicos a su país, su aguda
capacidad, sus enormes poderes de trabajo, y una absoluta falta de egoísmo, que hizo
que su colega declarara que ella nunca había visto nada igual fuera del Ashram de los
Maestros.

Madame Blavatsky encontró a Olcott en Eddy Farm, a donde él había sido
enviado por los diarios New York Sun y New York Graphic, para informar sobre las
extraordinarias manifestaciones espirituales que estaban aconteciendo allí. Tan
valiosos fueron sus artículos, que por lo menos siete editoriales diferentes
contendieron por los derechos de publicación en forma de libro. Tan enorme fue el
interés despertado, que los periódicos vendieron a dólar cada copia, y se dijo que él
dividía la atención pública, de la segunda elección general a la Presidencia. Los dos
valientes corazones se reconocieron y se dieron las manos en una unión que duró toda
la vida, terminando en la tierra cuando H. P. Blavatsky falleció en 1891, pero sin
terminar realmente, como creían ambos, por el trivial incidente de la muerte, sino para
continuar al otro lado hasta que les llegara el momento de retornar y renacer de nuevo
en este mundo.
El Coronel Olcott, quien había renunciado al Departamento de Guerra y había
sido admitido en el Colegio de Leyes, percibía un alto salario como asesor de aduana y
fisco cuando le llegó el llamado. Abandonó su práctica, y al año siguiente fundó la
Sociedad Teosófica, donde los Maestros lo designaron como Presidente vitalicio,
pronunciando su discurso inaugural el 17 de noviembre de 1875 en Nueva York.
Estudió con Madame Blavatsky, y la ayudó a redactar en inglés la gran obra de ella,
Isis Sin Velo, uno de los clásicos de la Sociedad.
En 1878, ambos viajaron a la India y durante un tiempo establecieron su residencia
en Bombay. Allí el Coronel Olcott inspiró la primera exhibición de productos de la
India, instando a los nativos a usar preferentemente sus propios productos, antes que
los de fabricación extranjera. En la primera Convención de la Sociedad Teosófica en la
India, primeramente se proclamó el Svadeshismo, adoptándose más tarde.
Inmediatamente comenzó una fuerte propaganda en toda la India, que en gran
medida se vio afectada por la hostilidad gubernamental, pero que fue acogida por las
masas de hindúes y parsis.
En 1880 comenzó el gran reavivamiento budista en Ceilán, que actualmente tiene
tres universidades y 205 escuelas, de las cuales 177 recibieron donaciones
gubernamentales este año (1907), y hasta el 30 de junio de 1906 había 25,856 niños
asistiendo a esas escuelas. Este trabajo se debe a la energía puesta de todo corazón y a
la devoción del Coronel Olcott, quien profesaba el budismo. Otro gran servicio al
budismo tuvo lugar durante su visita a Japón, en 1889, durante la cual hablando ante
unas 25,000 personas, obtuvo éxito en la elaboración de catorce propuestas
fundamentales que constituyen la base de la unión entre las iglesias budistas del norte
y del sur, divididas durante largo tiempo.
En 1882, los Fundadores compraron casi completamente con su propio dinero, la
hermosa propiedad de Adyar, cerca de Madras, donde establecieron la sede principal

de la Sociedad Teosófica. El trabajo realizado entre 1875 y 1906 puede juzgarse mejor
por el hecho de que a finales del año 1906, el Presidente había emitido 893 cartas
patentes para filiales en todo el mundo, con la mayoría agrupada en once Secciones
Territoriales, y el resto esparcido por condados donde las ramas no eran todavía lo
suficientemente numerosas como para formar una Sección. La filial más al norte está
en el Círculo Ártico, y la del extremo sur, en Dunedin, Nueva Zelanda.
Su tiempo, pensamientos y dinero fueron todos entregados a su Sociedad amada.
Un día le dije: ʺHenry, creo que usted se cortaría su mano derecha por la Sociedadʺ.
ʺ¡Cortar mi mano derecha!ʺ, exclamó. ʺ¡Yo me cortaría en pedacitos si ello beneficiara
de alguna manera a la Sociedad!ʺ Y realmente lo habría hecho. Viajó por el mundo entero desplegando una incesante y vigorosa actividad, que
los médicos dijeron que era la causa de su fallo cardiovascular, mientras que su cuerpo
todavía estaba espléndidamente vigoroso. Su hipertensión cardiaca se debió a
demasiada actividad con excesivas conferencias en cortos plazos de tiempo. ʺUsted se
morirá como mismo yo agonizoʺ, me dijo recientemente. ʺEllos la hacen trabajar tanto
como a mí ʺ. Al más lejano norte o sur, Olcott viajó para alentar, animar, aconsejar y
organizar. Y siempre regresaba con regocijo a su amado Adyar para descansar y
recuperarse.
Muchas fueron las dificultades confrontadas por este hombre de corazón de león
durante estos treinta y un años. Se mantuvo firme durante el deshonroso ataque
contra Madame Blavatsky por parte de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, y
vivió para ver al Dr. Hodson aceptar más milagros que los que entonces denunciara.
Condujo la Sociedad a través de la crisis que durante un tiempo desgarró casi
enteramente la Sección americana, para luego ver a esa misma Sección darle la
bienvenida a su tierra natal con orgullo y elogios. Vio a su colega, HPB, morir a su
lado y sobrellevó la carga solo, firme y valientemente durante otros dieciséis años.
Estrechó además sus manos con Annie Besant, la alumna favorita de ella, con la misma
lealtad y firmeza que HPB lo hiciera. A través de los buenos o los malos informes,
trabajó firmemente hasta que la voz de su Maestro lo llamó. Bajo esa misma orden,
nombró a su colega Annie Besant como su sucesora, para llevar sobre sus hombros la
carga de H. P. Blavatsky y la suya propia. Soportó sus últimos prolongados
sufrimientos con valentía y paciencia, y encaró la muerte con la misma firmeza con
que enfrentó la vida. En las últimas semanas de su enfermedad, se regocijó con las
visitas de los Grandes Sabios de la India, a quienes les dio su fortaleza humana y su
devoción durante toda su vida. Él se ha ido de esta tierra dejando atrás un espléndido
monumento de noble trabajo, y al otro lado continuará trabajando aún hasta que le
llegue el momento de retornar.

La India no ha tenido auxiliar más fiel en el reavivamiento de sus religiones que
este noble americano, y puede muy bien enviarle su bendición a este hombre que la
amó y le sirvió.


Traducción: Jorge Morales
Redacción: Eulalia M. Díaz

viernes, 26 de abril de 2013

EL CAMINO A LA REALIDAD ESPIRITUAL


CAPITULO XIII
Sri Ram.

            La humanidad ha estado siempre empeñada en buscar lo que le satisface; búsqueda que más tarde se dirige hacia lo que promete ser real, permanente y duradero. En las primeras etapas cada uno lo busca en numerosas formas de gratificación mundana; en el poder y la posición; en comodidades físicas, emocionales y mentales, de diferentes clases; en librarse del tedio por medio de excitaciones periódicas; en sistemas, fes y prácticas que prometen seguridad aquí y en el más allá; en toda clase de cosas que ofrecen un escape y un olvido del dolor, de las dificultades, problemas y responsabilidades. En cada uno de esos puntos se busca la Realidad en lo que se imagina que puede dar el máximo estremecimiento de felicidad y la satisfacción más duradera. Pero una y otra vez el individuo encuentra que esas cosas a las que se ha aferrado, son en verdad falsas y engañosas y acaban por no satisfacerlo más.
            Sus creencias no lo han conducido sino a refugios temporales y a creaciones mentales, islas en la corriente del progreso, islas de seguridad, de aislamiento y diversas formas de mantenimiento del yo. Por fin llega un momento en que lo que el mundo tiene que ofrecerle, y todas las creaciones de la mente, cesan de satisfacerle, y el individuo empieza a buscar una Realidad que esté fuera de la naturaleza de las experiencias que ha tenido, de las gratificaciones que han resultado tan transitorias y desilusionantes. Sin embargo, es solamente en una etapa comparativamente tardía de su evolución que el individuo empieza a contemplar seriamente la posibilidad, de que exista algo desconocido y diferente a lo que hasta entonces ha experimentado. Piensa en algo Real como diferente a lo irreal.
            Pero ¿qué es Realidad? ¿Es un conocimiento directo de primera mano, una experiencia de alguna relación primordial entre el Espíritu y la materia, del estado de algo Absoluto en medio de lo relativo, de algo que conecta el origen con el fin? ¿Es una Verdad, un Principio, un estado de consciencia en el que hay una integración de los tres elementos: el conocedor, el conocer, y el objeto del conocimiento? ¿O es la esencia de todas nuestras experiencias en cada nivel;  un estado de unión con todo lo que sentimos se parado de nosotros; una felicidad no dentro del tiempo sino en la Eternidad; un amor elevado a la máxima potencia; un estado en el que todo el proceso universal y uno mismo se perciben en términos distintos a los que ahora comprendemos, y desde una dimensión completamente nueva?
            De alguna manera, tiene que ser TODAS  estas cosas, e infinitamente más de lo que estas palabras nos dicen, y más de lo que jamás podemos adivinar ahora. Cualquier Realidad que se busca con intensidad tiene que ser de la índole de lo desconocido, pues todos los conceptos construidos sobre recuerdos de lo conocido tienen que ser de misma naturaleza que las experiencias que se recuerdan. Podemos especular sobre la naturaleza de este desconocido, pero lo hacemos con una mente condicionada por experiencias previas. Al especular, formamos imágenes que pueden resultar meros telones que obstruyen la verdad, impedimentos para la búsqueda misma en que estamos empeñados. Si la Realidad no tiene límites, o sea que no hay sensación de limitación al experimentarla y en consecuencia no tiene líneas de demarcación, y no es objetiva, tiene que ser de un orden que trascienda a todos los niveles de nuestro conocimiento actual. Ninguna descripción puede darnos esa Realidad, porque todas ellas nos llevarán a una identificación equivocada con una mente limitada al campo de su propio pasado. Hay descripciones del Ser -palabra a la que por el momento podemos darle la equivalencia de Realidad- en los UPANISHADS y en el BHAGAVAD GITA, escritas en términos poéticos. Pero sólo hablan de la Realidad, y la describen como indescriptible.
            Si la realidad es una X en una ecuación que incluye varios otros términos de nuestra experiencia, puede deducirse su naturaleza por los términos conocidos. Pero esa deducción sería en primer lugar un concepto puramente mental, y en segundo lugar no sería una experiencia que trascendiera a lo conocido. Sin duda alguna la vida y la mente y las impresiones sensorias, son manifestaciones de Algo que podemos llamar el Todo pero entonces el Todo debe incluir infinitamente más. Si estas manifestaciones son apenas una indicación, una sombra, no sabemos qué es lo que indican. No podemos conocer la relación entre lo Real y lo Irreal, hasta que conozcamos lo Real, sea cual sea esa relación. Lo superior puede incluir un conocimiento de lo inferior; pero desde el nivel de lo inferior no podemos adivinar la naturaleza de lo superior.
            Cuando miramos las cosas, ya sean objetos tangibles o situaciones, estamos usando nuestras mentes solamente para interpretarlas de cierta manera. Pero la verdad que buscamos debe ser no una interpretación sino una verdad de por si, conocida con la más absoluta certeza, una verdad de primera mano y no un conocimiento trasmitido, para que podamos estar en condición de decir como San Pablo, que aunque todo el mundo la negara seguiríamos sosteniendo su autenticidad nosotros solos.
            Podemos decir muy legítimamente que para nosotros la Realidad está en toda cosa bella de la Naturaleza, en el arte, en el amor, en los pensamientos y expresiones humanas más fieles y más maravillosas. Sin duda que todas estas cosas hablan de algo, pero todavía nos falta llegar a ver cara a cara la Realidad que está EN TODO, hasta en lo falso que exhibe su falsía. De vez en cuando tenemos un estremecimiento lejano, pero nuestros momentos de felicidad y belleza perfecta son pocos y espaciados, y así la mayor parte del tiempo la pasamos ante el problema de nosotros mismos.
            La Realidad no puede alborear para nosotros sino cuando estemos listos para ella. Está siempre presente y resplandeciendo, pero brillará para nosotros sólo cuando le demos el rostro, volviendo toda nuestra naturaleza para recibir su luz. Como la búsqueda de la Realidad depende tantísimo del individuo, de las experiencias de su pasado, a nadie le es posible discutirla con otro, excepto en los términos más generales.
            Los más grandes instructores espirituales del mundo dan testimonio de que EXISTE una Realidad por encontrar, y, más aún, que a cada ser humano le es posible descubrirla y llegar a ella por si mismo.
            Cualquier acercamiento meramente mental a la Realidad, ha de ser necesariamente superficial. Pues en todos nosotros la mente es una cosa y la vida otra. Lo que la mente define no es lo que se experimenta en la plenitud del vivir. Lo que la mente sabe está basado en conocimiento adquirido por lo sentidos, y no es sino conocimiento deducido; lo que la mente cree está basado en premisas insuficientes, e inevitablemente es resultado del pensamiento-deseo. En cualquier caso, una creencia, ya sea mental o emocional, no es sino una creencia, y no totalidad de un ser activo. Cuando la fuerza motriz no es una atracción de las emociones, suele ser una repulsión de las circunstancias, que lleva el pensamiento a un opuesto imaginario. Ya sea una búsqueda de gratificación o un deseo de escaparse, ambos son factores de determinismo emocional, que actúan por medio de una mente imaginativa y tienen que crear formas de acción y de pensamiento adecuadas a las emociones soterradas y a la mente que colabore con ellas.
            ¿En qué dirección, pues, proseguiremos? Esto lo determina la naturaleza del motivo, que al fin y al cabo también determina el fin. No sólo tenemos que preguntarnos: ¿Qué estoy buscando?, sino también: ¿Por qué busco? El motivo no es menos poderoso porque esté bajo la superficie, o sea en el sub-consciente. Es más difícil tratar con lo que está en el sub-consciente que con lo que está en la mente consciente. Generalmente, además del motivo del que el individuo es consciente, hay factores que se pasan por alto porque son automáticos.
            Si el objeto de la búsqueda es alguna forma de apoyo oculto para una incapacidad síquicas para un estado de desequilibrio penoso o incómodo, la búsqueda terminará cuando se encuentre tal apoyo. Cualquier cosa que se busque para mantener el yo -poder, posición aún afecto y adulación- es una especie de apoyo del cual depende ese yo. Y mientras persista esa sensación del yo (que implica una relación de oposición a otro o al resto del mundo) la consciencia estará obviamente atada a las cosas que crean esa sensación.
            La única fuerza motriz que resulta en un ensanchamiento de la consciencia en vez de limitarla más, es el amor en su sentido más puro, más inegoísta y no separatista; o la compasión una simpatía universal, tal como la que movió al Señor Buddha como Príncipe Siddharta a emprender Su búsqueda. Si el motivo es personal, el fin queda limitado por los factores presentes en esa aspiración personal. El amor es libertador, pues en la naturaleza misma del amor puro, imparcial beneficiente y no-posesivo, que sólo busca servir y no gozar y retener, hay prescindencia de todo lo que ata y encierra al hombre como un yo separado.
            La expresión “auto-encierro” que se usa en los escritos de J. Krihnamurti, arrojan maravillosa luz sobre este problema. Presentan ellos, de manera fresca y original, ideas que el hecho de encontrarse en otros términos en enseñanzas antiguas muestran que la búsqueda de la Realidad en un mundo humano, por mucho que ese mundo haya variado en lo externo, tiene que girar necesaria mente en torno de los mismos factores fundamentales.
            ¿Cómo podemos evocar este amor en nosotros mismos, o alcanzarlo? No podemos crear el amor. Pues nosotros somos la mente que crea esa limitación que es una negación del amor. Pero la vida, que es un incesante módulo de acción, tiene en si misma una capacidad inherente para amar, cuando cesa de estar desfigurado por la antítesis del yo-y-el-otro.
            El método de descubrir la Realidad ha sido descrito en los antiguos libros hindúes como el camino de la repudiación, de desechar las formas de lo irreal desprendiendo de ellas nuestros pensamientos y emociones. Esto parece negativo, pero en realidad no lo es. Cuando uno no sale a identificarse con lo falso, la Verdad que está dentro se manifiesta. El camino no se nos abre desde afuera, sino que nosotros abrimos el camino momento a momento con nuestras propias realizaciones. El camino está dentro de nos otros. Los UPANISHADS hablan de este camino, de repudiación en las palabras: “esto no, esto no”, lo cual no es una formula para escaparse o huir de la responsabilidad, sino un camino de auto-ascensión.
            Todos creemos que nos conocemos, pero sólo conocemos la superficie de nosotros mismos. La consciencia que está en cada uno de nosotros, y con la cual hacemos frente al mundo que se nos viene encima, es afectada por ese mundo y modelada por sus influencias. Es un proceso de acondicionamiento al que hemos estado sometidos desde el momento de nacer. Pero a medida que nos damos cuenta de los modos en que somos acondicionados, nos apartamos de esos modos. Percibimos una distinción entre nosotros mismos y ese acondicionamiento. Esta línea de separación entre el Ser y el no-Ser, se traza una y otra vez. Pues el no-Ser no es sola mente el mundo externo, sino también algunas partes de nosotros mismos. La mente, las emociones, y la consciencia en el cuerpo físico, son todas ellas modificaciones de la consciencia original.
            La consciencia de todos nosotros como niños es semejante en su pureza, sensibilidad y libertad para ser configurada en cualquier forma. Al crecer, nuestra mentalidad se endurece y se diferencia mucho de la de los demás. En cada uno de nosotros se convierte en una estructura individual, compuesta de ideas distintivas, hábitos, prejuicios, etc., que se van incrustando en ella.
            En A LOS PIES DEL MAESTRO se traza de una manera simple pero práctica la distinción entre el Ser y el no-Ser formado por la mente, las emociones y el cuerpo físico, como formas de discernir entre lo Real y lo irreal. Se nos dice allí que lo Real no es el cuerpo físico, al cual se le compara con un caballo que hemos de cuidar y utilizar; y que tampoco es la mente ni los deseos. Tal discernimiento parece sencillo, pero si se alcanza perfectamente nos llevará a un plano de percepción pura en el que la consciencia no está circunscrita por las formas de su propia actividad.
            Es comparativamente fácil separarnos de nuestros cuerpos físicos, pero es completamente distinto cuando se trata de nuestros estados sicológicos, de esa naturaleza en nosotros que constantemente está siendo moldeada por impresiones recibidas consciente o inconscientemente. La consciencia es una energía explayante que sale de dentro del ser de cada uno, y que es condicionada no sólo por las circunstancias externas sino también por sus propios pensamientos y actos. Esa consciencia que originalmente era pura libre, sensitiva, dúctil y capaz de ser moldeada en cualquier forma necesaria para expresar lo que lleva dentro de si, pierde esas características. Se divide en estratos de subconsciencia y consciencia que actúan unos sobre otros manteniendo siempre el presente en un estado de continuidad activa con el pasado.
            El discernimiento es en realidad como ir despojándose sucesivamente de numerosas capas de limitación e ilusión en las que el ser se ha arropado y envuelto. Tenemos que desenvolver el paquete para encontrar la inapreciable perla de la Realidad.
            Fundamentalmente, es el deseo el que adhiere la mente a la sensación y crea la forma codiciada, lo ilusorio, lo irreal. Experimentamos cierto placer, y nos apegamos a él. La sensación de ese placer se adhiere a la mente y dirige sus operaciones. Por medio de la memoria se mantiene el deseo de esa sensación. Cuando por el deseo la mente está apegada a una cosa, por asociación el apego se extiende a otras; así se forma una red de apegos, en la que la mente queda aprisionada. Podemos describir fielmente el deseo como la cera que se adhiere a la miel de todo placer. Cada sensación, ya sea de dolor o de placer, tiende a acondicionar la mente por apego o por temor. Todo goce produce esta cera que se adhiere a la mente a menos que sea un goce que tenga la naturaleza pura de la percepción consciente como la luz que puede caer sobre cualquier cosa pura o impura, pero en si misma permanece limpia. Uno puede experimentar las sensaciones más agudas y darse cuenta de todos sus matices, y sin embargo permanecer incólume, si la consciencia es nada más que consciencia en el verdadero sentido de la palabra, y no reacciona ante la sensación de una manera que atraiga fuerzas que permanecen en ella y la organizan en una forma por medio de la cual tenga que actuar de ahí en adelante.
            El sentido de “yo-idad”, del yo y de buscar para uno mismo, nace del deseo. Se le ha dado el nombre de “auto-personalidad”, término que lo distingue del de la personalidad pura que un individuo puede ser; y es uno de los primeros grilletes de que hay que despojarse: primero en el sentido de primacía, pues todos los demás se derivan de él. El Señor Buddha habló de que la ilusión del ego (el yo separativo) era la causa raíz del dolor, y también de la sed de existencia consciente que produce esa ego-idad. El no se limitó a explicar el dolor de modo de reconciliar con él al hombre, sino que como Príncipe Siddharta buscó solución al problema de acabar con el dolor, y lo resolvió primero en Él mismo. Habló del Nirvana -que significa literalmente apagar o extinguir-como la extinción de ese yo personal, de esa llama que para existir depende de la mecha y el aceite del apego a las experiencias personales.
            Antes de que podamos superar la “yo-idad”, tenemos que hacernos conscientes de cómo ella penetra todo el campo de nuestro pensar y sentir, sutil o abiertamente. Este es realmente el proceso de la involución humana. Hay la involución de la vida en condiciones de materialidad, de la cual procede la evolución; hay una involución similar de Manas en su propio ciclo, en todas las cosas de los sentidos, y en este proceso de involución hay una continua modificación del principio “Yo”, en cuya modificación toda la fórmula central es “Yo quiero”. La mente-deseo tan ilusoria como variable, es la que juega la carta de triunfo del “yo”.
            Si el deseo fuera malo de por si y no se le hubiera asignado un papel en nuestra evolución, no necesitaríamos haber sido enviados al mundo del deseo. Tenemos que entender las interioridades de sus procesos. Si es el deseo lo que ata, ¿cómo podemos matarlo o trascenderlo? Cada uno tiene que usar su propia inteligencia deliberadamente para libertar su naturaleza y su pensamiento de los anillos en que han quedado envueltos.
            El proceso de libertarse uno mismo del deseo está tan dentro del esquema de las cosas como la previa involución. La purificación gradual, a través de una inevitable selección de las experiencias, es el método lento de la Naturaleza: pero con la ayuda de su inteligente hijo, el hombre pensante, se puede acelerar mucho ese proceso. Se puede comparar con la acción de un jardinero inteligente capaz de aventajar los procesos de la “selección natural”. El deseo no se mata ni con la indulgencia ni con la represión. La indulgencia alivia la acción de anhelar, pero sólo por muy breve rato. La represión entierra el deseo sin matarlo. Su fantasma queda, esperando el ciclo de reemergencia y actividad; cuando llega ese momento, vuelve a actuar con violencia acumulada. Del mismo modo que una retorta sellada con ciertos cultivos ayuda a multiplicar las bacterias y a desarrollar su fuerza, así también sabemos que las emociones reprimidas, del sexo, la envidia, el resentimiento, etc., aumentan en fuerza y estallan repentina e incontrolablemente. El gran principio incorporado en el Noble Octuple Sendero del Señor Buddha, fue el de la rectitud en pensamiento, en palabra, en acción, en los medios de ganarse la vida, y en todo lo demás, pacientemente buscada y establecida.
            La mejor manera como podemos marchitar el deseo es exponiendo la verdad acerca de él ante una inteligencia dispuesta a ver las cosas como son, sin ningún deseo de ver las de otra manera. Podemos descubrir la naturaleza engañosa y rápidamente disfrazable del deseo, su forma y actuación múltiples, escudriñando su acción con nuestra inteligencia. Pero nos inclinamos a posponer esa acción hasta que la amarga experiencia rompe esa tendencia dilatoria. Acumulamos un montón de experiencias puramente repetidoras, antes de empezar a evaluar nuestras experiencias; rechazamos la fruta venenosa sólo después de haberla comido muchísimas veces... y haber sufrido. Esto no significa que debemos prescindir de lo agradable: pues todas las experiencias son agradables o dolorosas en algún grado, y no podemos evitar las experiencias. Pero toda sensación de placer puede experimentarse como viene, sin propensión. Y si no se busca gratificación, ni en pensamiento ni en acción -lo cual es verdadero ascetismo- cesa todo apego. Uno acepta cualquier cosa que venga, contentándose con dejarla estar ahí mientras dure. Esa aceptación, que es verdadero desapego, es libertad de la contradicción de los opuestos, y posee una cualidad de trascendencia compañera de la verdadera comprensión.
            Nuestro estado interno en cualquier experiencia de placer puede ser simplemente el de registrar la experiencia sin ningún apego a la cosa que causa el placer. Ese es un estado de inmaculada pasividad sensitiva en el cual experimentamos sin deseo. En ese estado está la libertad del apego a posesiones y placeres, y la mente queda suelta de todas las formas de irrealidad en que ha entrado. Cuando hemos gozado y sufrido lo suficiente, cuando hemos experimentado los pares de opuestos, debe sernos posible situarnos aparte de todo ese proceso de auto acondicionamiento, y contemplarlo todo en forma objetiva para nosotros.
            Si podemos ser absolutamente objetivos con respecto a nosotros mismos, podemos darnos cuenta de la naturaleza, origen y efectos de cada uno de nuestros deseos. Cuando pensamos en nosotros mismos en relación con nuestros actos, tendemos a crear un cuadro que se acomode al sutil propósito de la mente pensante, o sea al de mantenernos alejados de la verdad desnuda del problema. Pero el fenómeno que queremos entender, el proceso total en nosotros mismos, se hace objetivo cuando nos retiramos a mirarlo como sobre un telón blanco limpio, sin ponerle interpretaciones ni paliativos. Puede describirse esto como un estudio del yo inferior a la luz del Superior, siempre que comprendamos correctamente lo que se quiere indicar por inferior y por superior.
            Cuando nos damos cuenta de lo que está ocurriendo, ¿en qué estado somos conscientes? Cada uno tiene que averiguar ésto por sí mismo. Somos conscientes con algo que trasciende el campo del pensamiento y del deseo, o KAMA-MANAS. Estos dos marchan juntos en la filosofía hindú. A KAMA-MANAS, se le ha llamado alma animal, para distinguirla del alma espiritual. Esta mente-deseo es la mente disipada, rancia y condicionada, versada en sofistería, que se turna en el mando con el deseo. Viaja por laberintos, extraviada por sus propias sombras, a las que persigue como un gato que persigue su propia cola.
            Cuando la mente está coloreada por el deseo, la auto-percepción que tiene su centro en la mente toma equivocadamente el color por ella misma, y así se forma la idea falsa del yo separativo. Cuando todos los deseos se han ido, la mente queda purgada de sus impurezas, y en vez de ser opaca como antes se convierte en una lente pura y cristalina a través del cual resplandece la clara luz de Buddhi. Es entonces BUDDHI-MANAS.
            Buddhi ha sido traducido como “la Razón pura” y también como “Intuición”, pero ninguno de estos términos da el sentido completo. BUDDHI-MANAS es aquella mente iluminada que ve la verdad en cada forma de pensamiento y experiencia.
            MANAS es una escalera con una serie de peldaños. Es el poder que, reduce, y que eleva, que contrae y que dilata. Es el poder que está tras el espacio y el tiempo, el poder de Brahma: el manifestado Aliento del universo. La escalera es una escalera de consciencia que cambia de nivel. En el nivel humano transforma los objetos con los que se identifica. En el proceso de la evolución podemos ver que cambia sucesivamente su punto de apoyo. Desde el físico se mueve hacia el emocional y el mental, y desde estos tres, que constituyen el campo de nuestra etapa actual, hacia BUDDHI-MANAS. Alzándose hasta este nivel superior puede mirar hacia atrás y comprender las actuaciones en los niveles inferiores.
            Cuando la mente pura, BUDDHI-MANAS, mira las operaciones de la mente-deseo y las acciones causadas en el cuerpo, es el Ser en cierta etapa de auto-realización que observa las operaciones del no-Ser.
            Entonces termina la identificación de consciencia o el ser (pues donde está la con ciencia está el sentimiento de un ser consciente) con la mente-deseo y el cuerpo. La larga asociación entre MANAS y KAMA, nada feliz o loable, se disuelve al fin.
            Cualquier cosa imaginada por la mente o la consciencia a cierto nivel, pertenece esencialmente a ese nivel, aunque bajo condiciones especiales una fuerza perteneciente a un plano superior puede operar en uno inferior, y la calidad de consciencia de ese plano superior puede ser reducida y manifestada en el inferior. Hasta cierta medida limitada, siempre hay una infiltración desde arriba; ideas que pertenecen al nivel intuicional se infiltran en la mente. El hombre un canal para esa infiltración, pero es un canal muy pobre por ahora. Por lo tanto, cuando la mente busca y halla algo que llamamos superior, puede que eso sea o no realmente superior.
            Cuando el no-ser, como mente objetiva, trata de conocer la naturaleza del Ser como Realidad subjetiva, construye una imagen de esa realidad de acuerdo con sus propias propensiones o conveniencias, con su propia naturaleza. Pero cuando el Ser subjetivo ve lo que es objetivo para él en la consciencia, ve lo objetivo como es. Imaginar el sujeto es un proceso de idealismo; ver el objeto como es, es un acto de realismo. Cuando vemos una cosa claramente como es, nuestra visión está en foco perfecto. Una visión que ve las cosas como son, es más pura y más veraz que una, fantasía ego-céntrica que busca su propia gratificación, que se divierte con colores a gusto de su vanidad, engañándose a sí misma y a los demás. Hay en la evolución un continuo trascender de lo que ha sido; lo que es subjetivo en una etapa se vuelve objetivo en el proceso de manifestación.
            Separarnos de la mente y ver el no-Ser en sus operaciones, no es fácil en nuestra etapa. Podemos hasta cierta medida repudiar nuestros deseos, pero aún eso puede ser solo teórico. Pues la mente y el deseo están muy entremezclados. Como quiera que la mente que repudia es ella misma un envase del deseo, ese repudio por parte de la mente tiende a ser un acto diplomático, con reservas mentales, conscientes o inconscientes. Cuando renunciamos a las cosas desde corazón, desde lo más íntimo de nosotros, entonces quedamos libres de ellas. Cuando se renuncia, a todas las cosas (a las que están apegados los sentidos, la mente sensoria y la mente-deseo) lo que queda es el Ser que brilla a través de cada una de sus vestiduras.
            El Ser es el sujeto puro, sin extensión pues donde hay una extensión hay partes. En el sujeto no hay transformación, pues transformarse es una extensión en el tiempo. Extensión significa relación de sujeto a objeto. Por lo tanto, el sujeto puro está fuera del tiempo y del espacio, y debe estar relacionado igualmente con todo espacio y tiempo. Puesto que no hay en él ninguna extensión, es un punto en el cual está la esencia del Ser, un centro del Ser en el que hay poder para crear perfecto acuerdo entre lo que manifiesta y su campo de manifestación.
            SAT, CHIT, ANANDA, era la antigua trinidad India de atributos en que se dividía la Existencia Una. SAT, significa “es” o Ser, y se indicaba con un punto; CHIT indicaba los rayos de percepción o conocimiento, y se indicaba con los radios; ANANDA es Felicidad, que está contenida en si misma, y es el continente o circunferencia.
            La búsqueda de la Realidad no se hace fuera sino dentro de uno mismo. Pero fuera y dentro son términos relacionados, y para conocer cualesquiera de ellos debe conocerse la relación entre ellos. De ahí que la búsqueda no pueda ser afuera de nuestra propia vida. El pensamiento y la acción son complementos recíprocos necesarios. Cuando la acción es recta, todo lo que se expresa en esa acción es verdad. Pero ¿qué es recto? Eso requiere conocerse uno mismo.
            La senda hacia la realidad no está, obviamente, en buscar gratificaciones de ninguna clase, lo cual es un proceso interminable; ni puede hacerla una mente moldeada por el deseo, pues tal mente es repetidora indirecta y adhesiva, o sea que no es libre. Sea cual sea la realización que se alcance, tiene que tener en sí una cualidad de percepción directa, la vitalidad de un entusiasmo puro, la objetividad del científico, la admiración y belleza que hay en la mente del artista, una integridad de comprensión, y por encima de todo, el altruismo de un hombre de acción y de un filántropo. La búsqueda de la Realidad debe ser guiada por una fuerza que no determine previamente el final. Por lo tanto debe haber una ausencia de deseo y de todo pensamiento anheloso, y debe estar presente el amor. Sin amor, toda búsqueda es búsqueda de sí mismo. El amor excluye la idea del yo, y sólo busca dar de si mismo. Es una fuerza que irradia en todas direcciones
            El Cristo dio la nota: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Con sólo que pudiéramos hacer ésto tan dulcemente como suena, conoceríamos la Realidad por nosotros mismos. El Señor Buddha habló de un amor como el que siente una madre por su hijo primogénito, pero dio como especial enseñanza Suya la extinción del deseo, que es la antítesis del amor por ser la causa del egoísmo en todas sus formas. Dando, más bien que recibiendo, es como nos inundan las agua de vida y se abren y se limpian los canales de nuestro ser.
            La senda hacia la Realidad está en trascender nuestro propio yo. Por lo tanto cada uno tiene que hollar la senda a su propia manera y por sí mismo. Cuando, no buscamos nada para nosotros mismos, todo lo hallamos.

domingo, 21 de abril de 2013

NATURALEZA DE LA SABIDURÍA


CAPITULO XII
Sri Ram.


            ¿Qué es Sabiduría? ¿Qué es la Sabiduría? La Sabiduría es la sabiduría de Dios, la sabiduría o conocimiento pertinente al Ser. La sabiduría de Dios es Su naturaleza, aunque puede también considerarse como característica de Sus métodos. Si la naturaleza del Ser, de cada Ser (los dos términos son equivalentes, designan la misma Realidad), es en esencia igual a la naturaleza de Dios, entonces conocer al Ser es conocer a Dios, por lo menos en principio.
            Cuando decimos sabiduría o conocimiento, ¿son la misma cosa? No. Pero en el caso del Ser, conocer es ser sabio.
            Todo conocimiento se dividía en un tiempo entre para (superior o supremo) y apara (inferior). El conocimiento de todos los objetos y de todas las ciencias es el inferior. El conocimiento de Aquello que conoce todo lo demás, es el superior, o sea el de Dios o el Ser, siendo ambos idénticos en esencia. El conocimiento del Ser es sabiduría, porque e Ser contiene la esencia de todas las cosas.
            Cualquier cosa que uno sepa, la sabe siempre dentro de uno mismo. El conocimiento es un fenómeno subjetivo. Todos somos uno. Por tanto el conocimiento de todos está integrado en uno. Creo que si los pensamientos más verdaderos, y los más bellos, presentes en todas las mentes en cualquier momento, se pusieran juntos, formarían una unidad perfecta y muy maravillosa.
            En el Ser en su pureza, y debido a su sensibilidad, existe un registro de todo cuanto lo rodea. Es la más sensitiva de todas las cosas sensitivas. Cualesquiera rayos que pasen a través de él, traen un mensaje, que queda registrado en su indeleble cinta. Y hay rayos que emanan de toda cosa individual, claro que no en los niveles que nosotros percibimos, que atraviesan el cosmos. En el Ser está un conocimiento del alma de todas las cosas.
            La sabiduría de Dios está en todo. El está en todo. Su naturaleza lo penetra todo. Su profundo propósito y Su inteligencia están siempre en todo.
            Una de las maneras de definir la Teosofía es la de la Sabiduría que está en todas las cosas separadamente y en conjunto. Puede que no seamos capaces de percibir la sabiduría oculta en cada cosa, pero allí está. Se es susceptible a esa sabiduría solamente en la medida en que el corazón de uno esté puro y abierto.
            Todas las cosas están evolucionando en este universo evolucionante. Hay en cada una un diseño que está saliendo a luz, o creciendo, desde nuestro punto de vista. Pero hay también un andamiaje que confunde el plan, no para la mente del Arquitecto sino para nosotros que observamos el edificio desde afuera. Pero en algunas cosas la construcción ha llegado a cierta etapa de perfección. Esas cosas nos permiten asomarnos a la mente del Arquitecto. Tal es, por ejemplo, el loto, la rosa, o cualquier bella forma viviente. Todas las cosas viven, desde el punto de vista Teosófico, aunque hay grados de vida y acción.
            La sabiduría no es conocimiento, porque para nosotros el conocimiento pertenece a la forma. La sabiduría es el conocimiento de lo que la forma contiene. ¿Cuál es la importancia de cualquier forma o cosa? ¿Es su utilidad? Tendemos, naturalmente, a juzgar por su utilidad para nosotros. Pero ese es un modo de ver limitado en extremo, homocéntrico, individualista. Cada cosa en la naturaleza tiene una importancia en sí, que está contenida en su propia existencia y funcionamiento. De ahí el precepto de no matar, en lo posible. Hay en cada cosa una cualidad innata, que está buscando salida.
            Esa cualidad o naturaleza innata de la cosa está en su vida, en lo que la mantiene unida. No me refiero a la vida del material de que está compuesta esa forma, sino a la vida en esa forma que la integra. Vemos la distinción en el caso de un cuerpo humano, si bien aquí llamamos alma a la vida moradora en el. Usemos la palabra “alma” si es mas clara. El alma, suponemos se adapta a la forma en mayor o menor grado. La forma es lo que es, o está en camino de ser lo que es -o sea en el camino evolutivo- debido a la naturaleza de lo que la anima.
            La sabiduría de Dios, cuya vida está en esa alma, fluye hacia la forma, me imagino por medio de esa alma: fluye en el sentido de que el modelo de la forma, sus procesos, toda su naturaleza, hasta lo que ella simboliza, todo esto expresa algo de la naturaleza de esa vida, su sabiduría, es decir, la sabiduría manifestada en ella. Incluyo lo que ella simboliza, porque un símbolo es un signo en la Naturaleza que refleja la Idea-arquetipo o Divina.
            El verdadero objeto de la existencia de una cosa puede, desde luego, ser el servicio que presta, su papel en el proceso evolutivo, su acción sobre todas las otras cosas. Puesto que toda cosa es cierta corriente de fuerzas, cada cosa ayuda a todas las demás, directa o indirectamente. Esto se sigue de la verdad de que todas las cosas están relacionadas,
            Pero cada cosa existe también para sí misma como una expresión de la vida de la Divinidad interna, cumpliendo con su propia existencia parte del designio Divino. El fin más elevado es siempre un fin en sí mismo. Existir en la eternidad, si no en el tiempo, es un fin de tal clase.
            Vemos esa verdad en un objeto de belleza. Existe por sí mismo, como una auto-revelación de la belleza de Dios. El fin más eleva do a que sirve, hasta donde podemos ver, es esa revelación. No necesita ninguna otra justificación para existir. En la forma de belleza más elevada, o sea cuando la revelación es perfecta, está la más elevada significación.
            Seguramente la Sabiduría implica un conocimiento de la significación de las cosas, significación para un orden externo a la cosa, y significación de la cosa en sí. Significación incluye propósito, el cual es continuo. El propósito que fluye desde el principio hasta el final y que se revela al final, sería el propósito más profundo y más perdurable.
            Existe un propósito en cada cosa, propósito en la totalidad de las cosas, propósito en el proceso universal. Cuando se realiza este propósito como el propósito innato en uno mismo, hay sabiduría. Todos los propósitos subordinados surgen del propósito original único, el cual puede describirse como auto-realización. Y así llegamos otra vez al Ser. El conocimiento de esa realización, que implica acción, depende del conocimiento del Ser
            Es cierto, a la inversa, que el conocimiento del Ser depende de la acción. Pues naturaleza y acción son correlativos y al fin y al cabo sinónimos. Si no hay un flujo de fuerza, o si hay una falsa dirección en la acción, ello significa que la naturaleza que rodea al Ser no es su naturaleza, y al Ser sólo puede conocérsele por medio de su naturaleza.
            Así pues, la sabiduría no es cuestión de estudio, sino de vivir, de acción. Hablamos acerca de la sabiduría, pero con ello no nos hacemos sabios, excepto en la medida en que sintamos el estimulo de serlo. La sabiduría no es conocimiento, sino que depende del uso que hacemos del conocimiento. Surge del conocimiento guiado por el amor. Pues amar es una manera de saber -el que ama tiene un conocimiento divino del amado, divino en calidad- y es un estado de integridad, un fin en sí mismo. Estar enamorado de un individuo es reaccionar plenamente a él o ella, directamente, sin el efecto oscurecedor del yo que interpone una barrera. Usar el conocimiento con bondad es hacerlo resplandecer con un valor que refleja la Eternidad en el tiempo.
            Todos pensamos que sabemos, cuando no sabemos, o cuando sabemos parcialmente. Necesitamos quitarnos el grillete de la ignorancia. El primer paso es ser consciente de nuestra ignorancia. Cuanto más sabe uno, más se da cuenta de lo poco que sabe. El hombre sabio es humilde. No nos es posible tener todo el conocimiento. Siempre habrá en cada uno de nosotros lagunas que pueden ser trampas para nuestro pensamiento. Uno puede llevar una inmensa carga de erudición, y sin embargo ser un completo necio. Por otro lado, es posible ser un sabio con pocos conocimientos. Me imagino que tal sería el caso, cuando un alma profundamente madurada en sabiduría toma un cuerpo infantil y mora en él a través de los años de la adolescencia.
            La sabiduría depende menos de lo que aprendemos y más de nuestras reacciones a ese aprendizaje: menos de la cantidad y más de la calidad de nuestro saber; menos de la acumulación de hechos y nomenclaturas, más del conocimiento de principios; menos de la posesión de ideas y más del recto empleo de ellas; en una palabra: menos de todo lo que acumulamos y deberemos arrojar, y más de lo que asimilamos en el tejido de ese Ser que es un reflejo inmortal del Espíritu universal.
            La Sabiduría de Dios es un atributo de Su naturaleza. En el sentido más elevado, El es el principio de Sabiduría, o Sabiduría en lo abstracto, con una infinita potencialidad de manifestarla en todas las formas posibles en cada nivel. La naturaleza del no-Ser, cuando se re-ordena con sabiduría, es asimilada por el Ser. El orden es la primera ley del Cielo, pero es un orden divino, que al brotar a la existencia reúne la Tierra y el Cielo.
            Cuando pensamos en la sabiduría de Dios, tenemos que pensar en un principio creador activo. Es femenino cuando se refleja en el aspecto madre o forma, y construye el orden que refleja la cualidad que se manifiesta. Toda forma que tiene significado es cierto orden, un orden en el tiempo, un orden en el espacio. Un orden es una curva perfecta, sea cual sea su naturaleza, que siempre sigue una Ley. Ley y orden están así eternamente conectados. La ley del Ser Divino, que es su expresión, forma el Divino Orden tanto es así que en el pensamiento Buddista la Ley ocupa el lugar del Ser. Pensamos en el Ser como una Individualidad. Cuando la Individualidad es perfecta, cuando la lógica de su formación es completa, es la manifestación de una Ley. Descubrir la ley de nuestro propio ser, y vivirla, es verdadera sabiduría.
            Lo mismo que es con Dios es con el hombre. El hombre se hace sabio cuando crea la semejanza de su Ser y la creación sólo puede ser una energía que participa de su Ser.
            La sabiduría es una integración natural del pensamiento. Es un florecimiento de La cualidad de la Vida, que revela el profundo significado de la Vida. Es la unidad del todo reflejada en la unidad de una parte. Es un movimiento de vida que muestra la vida en su estado mejor y superlativo. Es el pensamiento liberado de toda traba, formado por una directa entonación desde el Cielo. Es un rayo divino que penetra el corazón y la mente y los unifica. Es el aliento de Dios, cuy calor es vida, y cuya luz es Amor y Belleza. Es la abolición del sentido de “lo otro”.
            A menudo se piensa en el mundo que la sabiduría consiste en la cautela. Idea que nace de un instinto egocéntrico. La sabiduría puede consistir más bien en la valentía. En realidad consiste en la acción segura que está por encima de los opuestos. Es sabio el hombre que por un perfecto vivir ha alcanzado el instinto de la rectitud por el cual se guía, ya sea en pensamiento o en acción, y que ha encontrado ese centro de equilibrio que está siempre sobre su punto de contacto con las circunstancias. El es el hombre en quien la Naturaleza derrama las riquezas de todos sus instintos.

sábado, 13 de abril de 2013

SER Y LLEGAR A SER


CAPÍTULO XI
Sri Ram.


            La Naturaleza toda es una Transformación, pues representa un proceso universal al que se aplica esta palabra desde el punto de vista de que algo que está dentro de cada cosa -la vida, la naturaleza de la cosa- se transforma. La palabra “Transformación” implica una continuidad. Lo que ha llegado a ser lo que es, es en esencia lo mismo que era, aunque diferente. El cambio que ocurre lo describe la Ciencia desde otro punto de mira como evolución, sin esta connotación sicológica. Los tipos viejos han desaparecido, pero de ellos ha emergido algo nuevo y mejor.
            Todo individuo presenta externamente en su naturaleza, el aspecto de una Transformación. Está cambiando constantemente. Esto es cierto no sólo con respecto a cada hombre, sino a cada cosa o vida en la Naturaleza.
            Sin embargo en medio de esta Transformación hay un estado que puede describirse como Ser. El Logos, cuya Vida es la Vida Una, se manifiesta en cada cosa individual como un estado de Ser en esa individualidad. Si El se manifiesta en cada cosa, no podemos sino considerarlo como perfecto en cada una de Sus manifestaciones. El debe ser perfecto, ya sea en la infinidad, o en medio de las limitaciones que definen lo finito. Toda individualidad, toda forma, ha de tener una definición, y está necesariamente limitada por esa definición.
            Shri Krishna en el Bhagavad Gita, hablando como una Encarnación del Logos, dice: “Yo soy el Ser que está en el corazón de todos los Seres”, y procede a describirse como la esencia de cada tipo distintivo de Ser que se encuentra en el universo. Esa es la Inmanencia Divina. Si El está allí tiene que estarlo sin quedar implicado en la transformación, sino en un estado de perfección adecuado a cada cosa, o sea en ese estado que representa la perfección que ella ha de alcanzar. En un estado ya perfecto no hay necesidad ni causa de cambio.
            Si podemos imaginar el Ser Divino morando de alguna manera misteriosa o mística en cada individualidad, debe estar allí en un estado que, debido a su misma perfección no admita cambio. La perfección es un fin en si misma, no un medio para un fin, aunque sea una perfección limitada. Representa una cima más allá de la cual no puede uno ir, aunque haya otras cimas.
            Hay, desde luego, innumerables estados que constituyen el proceso de transformación para cada cosa individual, y algunos permiten más que otros la revelación de la naturaleza del Ser interno. Aunque todos sean Dioses (¿No sabéis que sois Dioses?”) la Divinidad está más manifiesta en unos que en otros. En cada estado de Transformación el Ser Divino está manifiesto en un grado proporcional a ese estado.
            El uso de la palabra “grado” no implica imperfección. El estado de Ser en cada cosa puede imaginarse como un círculo perfecto el cual se ha usado como símbolo de eternidad porque en un círculo no hay ni principio ni fin. Puede haber una infinidad de círculos, de tamaños que varían desde el infinito hasta un punto. Pero sea cual sea el tamaño, cada círculo es completo en sí mismo.
            Imaginemos, pues, una serie infinita de círculos concéntricos, que representan todos al mismo y único Ser, pero desde un punto de mira que continuamente crece. Desde otro punto de mira que incluye una nueva dimensión, pueden considerarse estos círculos como secciones de una esfera perfecta, perpendiculares a uno de sus innumerables diámetros. Todas esas secciones que serian infinitas en número, constituirían la totalidad del Ser en ese diámetro, el cual no es sino uno entre un número infinito de diámetros posibles. Así pues, la naturaleza del Ser, desde cualquier dirección que nos acerquemos a ella, o sea por medio de la cualidad innata de cualquier forma-arquetipo, es una y sin embargo infinita, inmutable en su unidad, pero variable en su revelación de sí misma.
            ¿Qué puede significar Ser, para nosotros? Ser es un estado fuera del tiempo; un estado de integridad en el que no hay vacío alguno; un estado como el que experimentamos en un momento de amor total o de belleza perfecta. Es un estado absoluto que cuando ocurre, rompe la continuidad de lo relativo. Nuestras mentes se mueven por asociación de una cosa a otra. Pero de vez en cuando la consciencia -que difícilmente puede llamarse mente- cae en un estado que es completo en sí mismo. Cuando la experiencia es así completa, no tiene relación de continuidad con lo antecedente o con lo que sigue después. Una continuidad necesaria implicaría en toda su extensión una falta de plenitud propia, y por tanto imperfección. Y así por el momento se interrumpe la sucesión que llamamos tiempo.
            La absolutividad consiste en un estado no dividido, o sea una unidad. Si existe la unidad de todo, y el Logos conserva Su naturaleza de unidad en cada manifestación Suya, no hay partes siquiera en esa manifestación, en el sentido de elementos de ella en vías de Transformación. Lo que es una unidad está perfectamente integrado, es siempre un absoluto.
            El estado de ser en cualquier individuo es un reflejo del Ser universal, una integridad que está incluida en una integridad mayor. Hasta cuando se refleja ligeramente es una consciencia receptiva, despierta una sensación de unidad, de comunidad, si no de comunión, con todos los demás seres. El sentimiento de que lo otro es diferente y separado, se olvida por el momento. Lo otro es diferente, si, pero no separado. Este sentimiento interno no está muy lejano del amor; pero es amor sin posesión ni auto-gratificación.
            El amor lleva consigo el significado de una fuerza que se irradia, una objetividad subjetiva, una intensa radiación. Pero un estado de Ser sugiere encierro en sí mismo. ¿Es el estado que se llama Ser, un estado de encierro en uno mismo, o un estado de irradiación? Es ambas cosas. Cuando hay la condición de armonía, está encerrado en sí mismo, y sin embargo esa armonía puede tener el efecto más encantador sobre todos los que sean receptivos a ese efecto. Es como el fuego de una piedra preciosa, que es a la vez tranquilo y brillante.
            Cuando hay integridad, un sentido de plenitud, hay felicidad absoluta. En nuestra experiencia normal, el estar enamorado representa este estado, porque cuando una persona está enamorada, si es un amor puro y no meramente una forma de lujuria, si es el amor que busca dar y no tomar o apropiarse, no hay en esa persona el deseo de salir de ese estado. Está supremamente contento. En esa integridad hay Belleza eterna e inmortal, porque la experiencia de lo Bello es siempre una experiencia completa.
            Aunque Ser y Transformación son dos estados muy diferentes, debe haber una relación entre ellos. Si no la hubiere, no estarían en condición ni siquiera de discutir la naturaleza del Ser. Esa relación puede describirse como de conocimiento puro desde el nivel del Ser. Bajo la luz que emana del estado de Ser existe la posibilidad de comprender el proceso de Transformación,
            La Luz que entra en la Transformación crea la posibilidad del Discernimiento. La mente iluminada por esta luz no coloca una meta fuera del estado del Ser. Si deseara algo fuera de ese estado, sería un deseo falso. El único deseo verdadero es una expresión fiel o natural del Ser, cuya expresión también es Ser. Pues si Ser es un estado completo, no existe nada perteneciente a él fuera de esa integridad. El deseo de algo fuera de la experiencia del momento pertenece los niveles de lo incompleto. En el Hombre Perfecto, en el estado de Ser perfecto, no puede existir tal deseo. Todo deseo, toda codicia, todo temor, toda ambición, es una deformación, no de ese Ser que es una armonía integral sino del aura, de la envoltura externa, de ese medio reflejante y transformante en que está envuelto. La voluntad del Ser puro es una auto-realización perfecta, el desarrollo o expresión de esa armonía que El es, en formas cuya esencia íntima está implícita en el espíritu de esa armonía.
            No “transformarse” no implica una condición estática, ni contentamiento consigo. Ser es siempre potencialmente un estado dinámico. Genera movimiento. El Ser único, donde permanece enroscada la serpiente de la Eternidad, es la causa de las energías universales. Lo que causa un movimiento falso es aquella transformación que sueña con la glorificación y expansión de sí mismo.
            Cuando se usa la palabra “Ser”, como al hacer referencia al Ser Supremo o Logos, introducimos en el concepto que formamos cierto sentido de ego-idad, una nota de auto afirmación humana, -yo soy yo- que es nuestra constante experiencia de nosotros mismos. Pero el puro Ser no incluye semejante auto-proyección consciente. Ser es simplemente existir (prescindiendo por el momento del significado de “ex” en la palabra “existencia”). No hay discordancia entre el Ser en cualquier forma, y su trasfondo universal, como tampoco la hay entre el Logos y el Parabrahmán o Mulaprakriti.
            La perfección hacia la que toda cosa está evolucionando, junto con la perfección de todo otro ser, constituye una totalidad, porque ellas son aspectos del Ser Uno que es perfecto. La perfección de cada cosa es un estado de la Perfección total. El Ser de uno y todos es el principio, el corazón, y el fin de su Transformación. La consciencia que está fuera del tiempo reposa en ese Ser, que es uno con todo otro Ser, expresando cada uno nada más que un estado del Ser Uno. Cuando la consciencia no está ocupada en una transformación, el Ser permanece, y ella está absorta en ese Ser.

domingo, 7 de abril de 2013

EL SER SUPREMO


CAPÍTULO X
Sri Ram.

En toda época ha habido hombres cuyas mentes se han dedicado a especular sobre el origen y fin de las cosas, la unidad fundamental de la Naturaleza, la substancia original de donde todo ha surgido, la fuente de toda la energía que se exhibe en innumerables formas en los fenómenos de la Naturaleza.
            Una persona habla del Fuego como origen de todos como el Dios principal, la sustancia subyacente de las cosas; otra habla del Agua, el gran abismo, como matriz y cuna a la vez de la Naturaleza. Otros hacen referencias similares al Éter, al Aire y a la Tierra. Los modernos eruditos se desconciertan con estos términos, que para los antiguos filósofos no tenían el sentido literal que ordinariamente les asignamos sino cierto sentido técnico y amplio. Cuando diferentes filósofos presentan y alaban estos diferentes símbolos como el principio más importante para el universo, como por ejemplo en los antiguos himnos Indos están acercándose, cada uno a su propia manera, a las mismas verdades centrales.
            Entre los diversos términos empleados por los antiguos filósofos de Occidente, tanto anteriores como posteriores a Platón, hay uno que en la literatura Teosófica moderna ha alcanzado gran profundidad de significado e importancia, en contraste con las débiles e inciertas interpretaciones de los eruditos modernos, y es la palabra “Logos”. Este término ha sido interpretado de diversas maneras en los contextos de las antiguas escrituras, como la Fuente de vida e inteligencia; la Ley de los procesos mundiales; el Mediador entre Dios y el mundo; la Razón Divina; el Unitario Principio Cósmico, etc. Todo esto aturde en extremo a una persona que no haya sido ayudada a captar el espléndido Todo, del que tales descripciones son facetas diferentes, ya sea por medio de una enseñanza tal como la que tenemos en la Teosofía moderna, moderna en su forma, pero en esencia también la más antigua Sabiduría, o por algún instructor que sepa la verdad acerca de estas cuestiones.
            Cuando se comprende la verdad, cada una de estas ideas del pasado entra a ocupar su lugar propio, y quedamos en situación de adquirir un concepto más cabal sobre ellas sintetizando todo cuanto tienen de verdadero. Todas las ideas que resumimos bajo el título de Teosofía están estrictamente relaciona das entre sí, formando un conjunto racional, de modo que al considerarlas podemos dejar que la razón, y no la fe ciega, sea nuestro guía. Tenemos, sin embargo que aceptar ciertas verdades temporalmente como hipótesis, debido a su naturaleza misma y a nuestra limitada comprensión.
            La razón implica el establecimiento de relaciones, y todo lo que podemos conocer debe estar relacionado con nosotros en alguna manera. Pero lo que hay por conocer no es lo mismo que lo que conocemos ahora. Sabemos muy poco aún acerca de nosotros mismos. Más cuando hemos seguido en cierto grado el consejo “Conócete a ti mismo”, ese conocimiento debe llevarnos por medio de relaciones existentes, a todo otro conocimiento. Con la ayuda de la Razón Divina que llevamos dentro -y que es mucho más que la razón que utilizamos- podemos entender lo que esa Razón ha creado, o más bien el reflejo de esa Razón en el universo tal como lo encontramos. Cuando llegamos a un Absoluto tan falto de relación con todo lo que conocemos que no podemos derivarlo de ninguna manera de las premisas que conocemos, entonces es cuando necesitamos hacer un verdadero acto de fe. Aún entonces, si aceptamos el Absoluto es porque esa verdad atiende a una necesidad de nuestro pensamiento, y es sugerida por procesos lógicos que nuestra experiencia encuentra válidos.
            El Fuego y el Agua simbolizan primero que todo -aunque tenían otros significados también- la energía del Purusha o Espíritu universal, y la receptividad de la Materia-Raíz o Mulaprakriti respectivamente. El Agua fue desde antaño un símbolo adecuado de la Materia, debido a su divisibilidad y tendencia a cambiar. El ingreso del Fuego divino en ese estado de Materia, considerado igualmente divino, causa todas las modificaciones en el universo tal como lo conocemos. Según Heráclito, a quien se tiene por originador de la idea del Fuego, todas las cosas están en flujo; declaración ésta que encuentra pleno apoyo en los fenómenos evolutivos y en los análisis de la Ciencia. Esta transformación universal, a que hace referencia también el Buddhismo bajo la verdad de la Impermanencia es el resultado de la operación de la Energía única, la cual asume diversas formas en el proceso universal, entrando en diversos estados o combinaciones de materia. El Teósofo puede penetrar plenamente en la interioridad de la declaración de que el Fuego es el más puro de todos los elementos y es la raíz de todos los fenómenos.
            La energía que se describe como Fuego baja del nivel espiritual, y siguiendo un camino descendente, entra primero en los niveles psíquicos, también simbolizados por el Agua, y luego en la Tierra de densa materialidad. Más tarde reasciende de la Tierra al Agua, y otra vez al estado original de Fuego puro. Esto de acuerdo con la visión cíclica de la manifestación que comienza arriba. El ascenso sigue al descenso en el ciclo de la existencia terrenal del hombre, lo mismo que en el ciclo de la manifestación cósmica.
            La palabra “fuego” se ha usado para indicar cierta intensidad de la acción divina, pero la acción puede ser constructiva o destructiva. La Energía una, que es la Shakti de Shiva en la cosmología Inda, bajo ciertas condiciones construye o regenera, y bajo otras destruye. Hay Fuego en toda planta y árbol, pues en todo proceso de crecimiento hay fuerzas trabajando intensamente para producir la forma del momento siguiente.
            La idea del Fuego como símbolo de la Deidad y como un Principio omnipresente en la Naturaleza, se encuentra en el Zoroastrismo. El primer Zoroastro habló del Logos como Fuego. Estos antiguos símbolos no se han usado arbitrariamente, sino que tienen un significado profundo, y quien investigue la naturaleza de los símbolos podrá descubrir algo de la naturaleza de las cosas simbolizadas Así, cuando se habla del Fuego, significa que hay una cualidad ígnea, irresistible, en la causa del cambio o transformación que tiene lugar a todo momento. El Fuego, que incluye también el fuego eléctrico, todo lo con sume excepto a sí mismo. Seca las aguas (aunque no la fuente de las aguas, que es eterna), cuando llega el momento de que un universo particular termine.
            La manifestación, por venir de adentro, es evidentemente resultado de una voluntad de manifestarse, para la cual se ha usado también la palabra “deseo”, como indicativa quizá de un movimiento descendente. Sin embargo, no es una voluntad ciega, sino una voluntad que equivale a una Inteligencia perfecta. Las fuerzas que emanan de esa voluntad realizan las obras de esa Inteligencia en todas sus ramificaciones. Si estas fuerzas se totalizan como Energía, es la Energía de la Ideación cósmica, o como dice H. P. Blavatsky: pre-cósmica. Siendo periódica la Ideación cósmica, al surgir de la Mente Divina trae consigo el diluvio de ideas de la Mente Divina. En este modo de ver, la Mente -que naturalmente no es la mente que conocemos, sino su nóumeno- está hasta detrás de la vida en el universo manifestado. Ese es el orden evidente para nuestra mente diferenciante. Pero son dos aspectos de una Realidad, contemporáneos y consubstanciales. La Existencia (Sat) es inseparable, en la filosofía Inda, de la consciencia o pensamiento (Chit) según sea el caso.
            Ordinariamente consideramos la fuerza como mecánica, ciega y brutal; y pensamos que la inteligencia, la auto-determinación, la voluntad y el pensamiento, son algo totalmente diferentes a la fuerza. Así es como lo vemos en este mundo más inferior, donde la verdadera naturaleza de las cosas está velada espesamente para nuestra visión; pero a medida que ascendemos del nivel denso a uno más sutil, hay una creciente unificación de diferentes procesos que parecería Imposible aquí abajo. Al adelantar hacia el origen de las cosas, que es una Fuente sempiterna, la fuerza y la inteligencia no son dos cosas separadas, sino que toman más y más sus características reciprocas. Es una evolución del todo inteligente, operada con fuerzas diferenciadas.
            Cada fuerza obra como un instinto en la Naturaleza, de acuerdo con una oculta ley de acción, una oculta inteligencia que parece saber cómo ha de actuar, cuál es la meta por alcanzar, y cuáles son los medios por los cuales puede lograrse ese fin. Una Inteligencia, en su cualidad espiritual, no está sentada, como si dijéramos, incapaz de hacer otra cosa que buscar un agente que haga su voluntad. La Inteligencia y la Voluntad obrando de consumo, configuran los medios junto con el fin, y así dan nacimiento a la certeza de acción que no se desvía de los planes de esa Inteligencia. El poder de ser una causa eficiente, se mezcla con la Inteligencia Divina, universalmente presente en la Naturaleza. Pero una causa menor actúa siempre dentro de los límites señalados por una causa mayor. Hay una jerarquía de Inteligencia, y una jerarquía de causas.
            Según los filósofos ya mencionados, todas las cosas suceden por medio del Logos, el Verbo, por cuyo medio se manifestó la Razón Divina o la Sabiduría Divina. El es la causa de las causas, el generador de Luz y Vida, según Filón, el filósofo alejandrino cita do por H. P. Blavatsky. Ahí está el concepto de la filosofía Hindú, de Brahmán en sus dos aspectos, con y sin cualidades. En este último aspecto se le considera como el Purusha Supremo, el Potente Hombre Universal. Pero en los conceptos mencionados antes, el Logos es una Ley o un Principio que rige y gobierna los procesos mundiales, y no una Persona; punto este que también refleja un pensamiento prominente en el Buddhismo. Si consideramos al Logos y al mundo como separados, el mundo está en un constante estado de devenir. Este devenir está sujeto a la Ley, la cual es la naturaleza del Logos, pero también está impelido y guiado misteriosamente por El desde dentro de todas las cosas abarcadas por los procesos mundiales. Su naturaleza, Su ley, opera a la vez dentro y fuera para cada ente y unidad individual.
            Una de las ideas que encuentran muy difícil de comprender los modernos escritores sobre este tema, es la de que la materia y Dios son dos aspectos de una unidad mundial. Esa idea se encuentra en la Escuela de los Estoicos. Ellos enseñaron, como aparece en “Las Cartas de los Mahatmas a A.P. Sinnett”, que la materia y Dios, o cualquier otro término que se use para este último, no están separados, sino que son en realidad dos aspectos de una misma Realidad, si por Dios quiere entenderse el Logos que se manifiesta, no el Dios que es todo en todo. La manifestación es siempre dual, o sea que toma la forma de acción o movimiento desde los dos polos del Espíritu y la Materia, y todo cuanto encontramos en el universo es el resultado de estos dos movimientos, centrífugo y centrípeto. El uno asciende y el otro desciende, encontrándose en los puntos perfectos de entrada a las esferas inferior y superior, respectivamente.
            Uno de los significados que se da a la expresión “Logos” es el de que El está presente en cada cosa, que El contiene en la forma de Su presencia la fórmula del desarrollo de ella. En cada cosa que es individual, en cada tipo, en cada especie, existe un modelo que determina su evolución. Cada modelo es diferente de los demás. La semilla del loto tiene en sí la forma completa del loto; y así todas las demás cosas, para cada una de las cuales existe una forma final de perfección. Puesto que hay innumerables cosas en el universo, y cada una lleva dentro de sí la forma de su singularidad, hay innumerables Logoi. Si bien puede concebírseles como diferentes entre sí, como la rosa es diferente de la palma real o del loto, no son otros tantos Logoi sin relación entre sí, sino todos son factores de un Logos: emanaciones de la Unidad.
            Esto puede describirse como monismo panteísta. Representa un concepto de la Unidad en la pluralidad. Si hay verdad en la idea de unidad, también la hay en la de pluralidad, hasta donde alcanzan nuestras percepciones. Es difícil entender la relación del Uno y los Muchos, concebir estos Logoi como Potestades independientes y a la vez como aspectos o rayos del único Sol central e inextinguible.
            Se ha dicho que la doctrina de la Trinidad es un misterio profundo. ¿Cómo surge la Trinidad de la Unidad? También, si hay siete Logoi, como los siete colores del espectro o las siete notas de la escala musical, por cuyo medio pasan la luz y la vida, ¿cómo surgen estos Siete? Al Logos se le ha descrito como el Oculto de lo Oculto y el Señor de todos los Misterios. Cuanto más ahondamos en estas descripciones, más hallamos en ellas. Las ideas son profundas, porque el concepto del Logos abarca tanto. El resume en Si mismo el total del universo en su aspecto subjetivo o vital.
            Si imaginamos al Logos como un punto, el cual en verdad carece de dimensiones, ese punto es el centro de una radiación infinita. Pasan a través de ese punto una infinidad de líneas, que también son un concepto puramente geométrico, pues jamás podemos en realidad ver una línea consistente de puntos colocados en ese orden. A través de cada punto pueden trazarse innumerables líneas. En este símbolo, el punto está conectado con el universo externo por estas innumerables líneas. Si consideramos al punto como el origen o el Primer Logos primero en manifestarse, entonces estas líneas son Inteligencias que emanan del Logos, así como poderes o aspectos de Su Ser.
            Primero pensamos en el punto y luego en las líneas. Pero donde está el punto están también simultáneamente las líneas de la cuales el punto es el centro común de intersección. Si consideramos al Logos como la Unidad, El es también una multiplicidad de Inteligencias que parecen separadas de El, pero que en realidad no lo están porque son aspectos de El. Tenemos que reconciliar en este concepto la independencia, la individualidad de las Inteligencias operantes, su unidad espiritual. El punto es el origen y centro, como también una síntesis. Es el inicio de una manifestación total, como también el de todas las manifestaciones individuales y en él se sintetizan y se resuelven finalmente todas las manifestaciones individuales.
            Los Siete que forman el Uno son distintos del Uno, pero no están separados. Constituyen centros separados de acción: cada centro tiene su individualidad propia. Sin embargo, perfectamente coordinados, son como centros de un mismo cuerpo o cerebro que actúa como un conjunto. Los Siete son manifestaciones del Uno -no creaciones- que aparecen simultáneamente con el Uno.
            La naturaleza extraordinaria de este fenómeno se demuestra en el principio de la mente, la cual fue descrita por Platón como un compuesto de lo mismo y otro. Cada hombre es una entidad individual, libre de trazar su propio camino, aunque limitado por su propio Karma, pero que está evolucionando por medio de esas mismas limitaciones para unirse libre y voluntariamente con la Fuente de donde ha caído. Cuando se ha reintegrado así, podemos concebirlo como un centro de pensamiento y acción independiente perfectamente coordinado con los demás centros en la esfera mental del Logos separado y sin embargo uno con El. En el conjunto la unidad y la multiplicidad son hechos y son simultáneos. La unidad crea la diversidad, si pensamos en su acción sobre la materia, pero en la unidad misma hay multiplicidad.
            En un libro publicado recientemente bajo el titulo El Cuarto Evangelio y la Doctrina del Logos, por R. G. Bury, el autor da algunas definiciones de Filón acerca del Logos y usa los adjetivos “intrincadas” y “sorprendentes” con respecto a ellas. Las definiciones son, desde luego traducciones, que como sucede con mucha frecuencia, fallan en transmitir de un lenguaje a otro el sentido original, como ha sucedido con la mayoría de las palabras sánscritas de sentido filosófico. Filón se refiere al Logos como “La mente o razón de Dios”, y también como “la suma de las Ideas que constituyen esa Mente”. En otro lugar habla del Logos como “Segundo Dios, la Deidad Inmanente”. Es obvio que entiende por primer Dios al Uno que existe por sí sólo, ó sea el Absoluto Brahmán sin cualidades. Si entendemos que Dios significa el Uno que existe por si solo, quien también es el Todo, el Logos el Verbo es una emanación de El. “En principio era el Verbo. El Verbo era uno con Dios”. Aquí hay una distinción clara ente el Verbo y Dios, aunque también se dice que “El Verbo era Dios”.
            El Logos mismo es a la vez transcendente e inmanente. Shri Krishna, hablando en el Bhagavad Gita como Logos, dice: “Habiendo establecido este universo con un fragmento de Mí mismo, permanezco”. Aún pensamos en el Logos Solar, no es la totalidad de Su vida la que está incorporada e Su sistema, sino solamente un fragmento. Sus actividades fuera del sistema son mucho más grandes que dentro de él, se nos dice.
            Con respecto a cada Logos del orden de los Logoi, sólo puede expresar un fragmento de Si mismo en cualquier sistema que cree, por la razón simple de que expresarse o manifestarse significa una limitación.
            No podemos separar la Mente Divina de las Ideas Divinas, porque es una Mente perfecta. No está desorganizada o sin organización, escudriñando, extraviándose, como nuestras mentes. Manas es el principio pensante. Cuando el pensamiento es perfecto, y comprende todo cuanto necesita ser comprendido en perfecto orden, entonces, es un universo de ideas; y eso es la Mente Divina. El contenido de esa Mente Divina es subjetivo para nosotros; constituye los arquetipos hacia los cuales evolucionan todas las cosas.
            Una tercera definición es: “El Logos es el Hijo primogénito cuya Madre es Sabiduría”. Este es Horus, el Hijo de Osiris e Isis. La Madre es la Materia-Raíz o Mulaprakriti. El que tiene las cualidades del Espíritu siempre libre e incognoscible, y sin embargo manifiesta las cualidades en las limitaciones de Forma o Materia, puede ser considerado como engendrado por ambos.
            En un cuarto término, El es la imagen o copia de Dios; también el mediador entre Dios y el mundo material. El Logos manifestado tiene que ser una imagen de El mismo en la Forma Inmanifiesta, y es el lazo entre la Deidad Absoluta y el mundo de Materia. Se deduce que la idea del Logos surgió como un medio de salvar el abismo entre Dios, que mora por siempre en el Cielo, y la Tierra. Cielo y Tierra indican aquí respectivamente, el estado trascendente y las limitaciones de la inmanencia.
            Hijo, mediador (pero no en el sentido de la teología Cristiana), agente, instrumento; todas estas son descripciones que se usan para dar idea del estado y funciones de El. Se ha descrito al Logos como la Individualidad o Ego único, del cual todos los Egos individuales son reflejos. Puede considerársele como un Ego en el sentido puramente filosófico, porque El es el foco de la Mente Universal. También se le ha dado el título de Hombre Celeste, porque El es el prototipo del hombre terrenal formado a Su imagen. En las Stanzas de La Doctrina Secreta por H. P. Blavatsky, se dice que “El resplandece como el Sol”, lo cual trae a la mente la descripción como “Montaña de Luz” en los libros hindús, y también que “El es el Flameante Dragón de Sabiduría”.
            Estas sorprendentes descripciones, y muchas otras posibles, muestran que los nombres de El son innumerables, como se ha dicho de Vishnú, el Omni-Penetrante en la cosmología Hindú, también llamado Maha Vishnú en Su aspecto super-cósmico, porque Su naturaleza es tan múltiple en su unidad. Como dice el Bhagavad Gita, “Como maravilloso lo considera uno; como maravilloso habla otro de El; como maravilloso oye otro de El; empero, habiendo oído, ninguno en realidad comprende”
            En todos los conceptos con que se ha rodeado la realidad de lo que El es, por los que han tenido una lejana vislumbre de ella en alguna forma directa o indirecta, la dificultad que más que cualquiera otra parece haber atormentado al pensamiento cristiano primitivo, es el lugar que ocupa el Espíritu Santo en relación con El. Las palabras mis mas “Espíritu Santo” sugieren una influencia sutil, intangible, impersonal, pero poderosa. No puede ser que esta influencia, con el poder que emana, sea independiente del Logos, pues El es el principio y fin de todas las cosas creadas. La influencia tiene que fluir a través de El o desde El. El ha nacido de la Luz, como Hijo de la Luz, o El es la Fuente misma de la Luz, el Padre de las Luces, puesto que El es ciertamente el origen de toda Luz manifestada.
            La relación del Hijo con el Padre debe ser un misterio para nosotros hasta que alcancemos el plano de ese misterio y pasemos más allá de él, esperanza ésta que podemos alimentar como creyentes en la Inmortalidad; y hemos de alcanzar ese plano con esa naturaleza de nuestra individualidad que es capaz de elevarse hasta allí. En el Bhagavad Gita, Shri Krishna habla de Sus dos naturalezas: la naturaleza de Materia, que podemos identificar con nuestros conceptos de la Naturaleza, y la naturaleza Divina, que es una Luz omnipresente que da sobre la Materia imprimiendo en ella las Ideas Divinas.
            Estas ideas son sumamente interesantes. Pero lo interesantes y prácticas que sean depende de lo reales que sean para nosotros. Cada uno pone en todas esas ideas el contenido de su propia consciencia. Una idea como la del Logos puede ser la más maravillosa idea concebible, si se le da un significado extraído de las riquezas de nuestra propia consciencia. O puede ser muy pobre en contenido, y entonces no es sino una palabra a la que se inviste de significados que no tienen ninguna relación con ella, o que hasta pueden ser el reverso de la Realidad.
            Hay una diferencia entre la Metafísica y el Ocultismo. La Metafísica es lo que está más allá, de la física y trata de explicar tanto la mente como los fenómenos de la materia, con las verdades que postula. En Ocultismo tratamos con la fuerza, la realidad y la vida. La Metafísica no necesita diferir del Ocultismo en su aspecto teórico, pero a veces difiere. Todo cuanto no nos afecta vitalmente tiende a volverse irreal. Todo lo que se dice acerca del Logos, por ejemplo, puede parecerles a algunos remoto e irreal. Eso se debe a que aún no han captado la realidad de ello. Pero el Logos no es algo lejano y abstracto; El es una realidad que existe aquí y ahora. El está en el corazón de cada uno, como el Poder que opera allí. En nuestros corazones es donde podemos sentir Su presencia. Cuando la sintamos así, El será para nosotros una formidable realidad, al lado de la cual todo lo demás se desvanecerá en la más completa insignificancia.