jueves, 17 de marzo de 2016

Reflexiones


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SURENDRA NARAYAN

Reimpreso de The Theosophist, setiembre 1995.

 Recuerdo, que siendo joven, escuché una afirmación que decía: “Dios está en los Cielos y todo está bien en el mundo”. Con el transcurrir de las décadas, sin embargo, al observar todo lo que ha sucedido en el mundo, a veces sentimos la necesidad de ponerle signos de pregunta a esta afirmación, porque no todo está bien con el mundo o por lo menos no parece estarlo. Existen enfermedades que no se pueden controlar, mucho menos curarlas, a pesar de toda la investigación notable de la medicina moderna; la contaminación se ha vuelto descontrolada y generalizada, tanto en el medio como en la mente humana; las guerras locales y globales aparecen una y otra vez; las armas de destrucción son más letales y más devastadoras; el terrorismo con sus despiadadas matanzas de gente inocente alcanza proporciones internacionales, y el fundamentalismo religioso yergue su cabeza amenazadora. Hay más egoísmo, que lleva a carencias de los menos privilegiados y a una competencia implacable en la vida, en el comercio nacional e internacional.

A veces nos preguntamos si todo esto no es la señal de que el mundo se mueve hacia la oscuridad, decadencia y el final de todo lo que podría representar los valores humanos básicos de bondad y belleza en la vida. Uno comienza a preguntarse: ¿es este el motivo por el que el universo fue creado? ¿Existe algún propósito detrás de lo que se llama “la creación de Dios”?

En esta etapa de cuestionamientos y dudas, recordamos una afirmación hecha en A los Pies del Maestro hace muchos años, que Dios tiene un plan y que ese plan es la evolución; que este plan es tan bello, tan glorioso, que una vez que alguien lo ve, no puede evitar de trabajar por él, haciéndose uno con él.  Recordar esta afirmación positiva da cierto ánimo, revive la esperanza y comenzamos a reflexionar seriamente de qué se trata todo esto; ¿existe realmente un propósito, un plan detrás de esta creación y cuál es nuestro lugar y el rol en él?

Un teósofo es un optimista, y por lo tanto, explora aún más. Como resultado, se pueden descubrir muchas afirmaciones alentadoras, muchas referencias a la evolución, al avance de la creación y de los seres humanos individuales, que son una parte indivisible de esa creación y por lo tanto la afectan con sus actitudes y conducta en la vida. Vemos que la Sra. Blavatsky y otros, en sus escritos, han tratado extensamente el plan divino para el progreso y perfección humana. Hay también afirmaciones que expresan que mientras este plan es ordenado, no avanza verticalmente; se mueve en ciclos o en espirales. Se lo ha referido como “un tremendo progreso giratorio”. En La Doctrina Secreta, H. P. Blavatsky expresa que todo el orden de la Naturaleza demuestra una marcha progresiva hacia una vida superior y que existe un diseño en la acción de las fuerzas aparentemente ciegas. Luego ella agrega que el propósito de la evolución, respecto a los seres humanos, es la evolución espiritual o desarrollo del ser interno inmortal.

Leyendo el índice de Las Cartas de los Mahatmas a A. P. Sinnet, encontramos unas dieciocho referencias a la evolución. La Carta Nº 9 menciona:

Empujado por el irresistible impulso cíclico, el Espíritu Planetario tiene que descender antes de que pueda ascender otra vez. En su camino, tiene que pasar a través de toda la escala de Evolución, sin omitir un peldaño, deteniéndose en cada mundo estelar, como lo haría en una estación.

Este movimiento progresivo hacia la  bondad y la belleza se ha mencionado en las tradiciones espirituales de diferentes formas. Para mencionar sólo dos:

El místico Sufí musulmán, Jalaluddin Rumi, después de trazar la evolución desde el mineral hasta el hombre, avanza aún más a una etapa donde “me convertiré en lo que ninguna mente jamás concibió”, y se refiere a esto como un estado de no-existencia, donde uno cesa de ser una entidad separada y emerge en consciencia con el Uno, y por lo tanto ve toda la vida como una totalidad.

La “Revelación” de San Juan tomada en un marco de tiempo mayor, dice:

Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron… Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos.

Que el universo no es una unión fortuita de átomos, sino que parece que está imbuido de una inteligencia superior, y guiado y gobernado por ella, ahora también lo admiten algunos científicos modernos. Se maravillan de los procesos homeostáticos intrincados que regulan y controlan el equilibrio químico de los océanos, de la tierra y la atmósfera, del complejo y sin embargo delicadamente afinado funcionamiento de la vida en todas sus manifestaciones y el movimiento ordenado de innumerables esferas en este vasto cosmos. En una afirmación que ahora es bien conocida, Einstein mencionó que su sentimiento religioso tomó la forma de un asombro dichoso, por la armonía de la ley natural que revelaba una inteligencia de tal superioridad que, comparado con ella, todo el pensamiento sistemático del hombre y sus acciones eran una total reflexión insignificante. Parece ser de total sentido común inferir que esta inteligencia superior o “mente ubicua”, a la que se refiere el biólogo George Wald, no funcionaría sin un propósito consciente. Que a pesar de algunos contratiempos aparentes de este movimiento hacia la verdad, lo bueno y lo bello, continuarán sin obstáculos, lo que se menciona en pasajes de Las Cartas de los Mahatmas a A. P. Sinnett. En la Carta Nº 48, el Mahatma hace referencia a “las líneas oscuras del firmamento oriental en un temprano amanecer después de una noche de intensa oscuridad, o la aurora de un ciclo más “espiritualmente intelectual”. Y en la Carta Nº 28, Él afirma: “Ni sentimos tampoco inquietud por la resurrección de nuestras antiguas artes y elevada civilización, porque éstas volverán, con seguridad, a su tiempo y en forma aún más elevada…No tema…Los guardianes de la Luz sagrada no han atravesado victoriosamente tantos siglos para venir ahora a estrellarse contra las rocas del escepticismo moderno. Nuestros pilotos son marineros demasiado expertos para que temamos un desastre semejante.”

El poeta místico Gerald Hopkins capta en uno de sus poemas la certeza de una Presencia benéfica, “La Grandeza de Dios”, citada en un artículo de Elsie Hamilton en The Theosophist de junio de 1995:

Allí vive la frescura más apreciada
en lo profundo y recóndito de las cosas;
……..
Porque el Espíritu Santo incuba en un Mundo curvado
con el pecho cálido y
con ah! alas luminosas.

Un punto importante que aparece en casi todas las referencias del plan divino para el progreso y perfección humana es el énfasis puesto invariablemente allí en la necesidad de que nosotros, seres humanos, cooperemos conscientemente con ese plan, elevándonos sobre el yo separativo con sus deseos auto-centrados, y moviéndonos hacia una vida de mayor amor, servicio, y de dedicación al bien de la humanidad.

La evolución está por lo tanto relacionada con que busquemos conscientemente el bienestar del resto de la humanidad, ciertamente de toda vida. En el Bhagavadgitâ, a uno de los senderos ascendentes del yoga se lo ve como trabajando para el bienestar de todo el mundo. El Cristo nos pide amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos. El Buddha puso énfasis en la compasión, ama toda vida como una madre que ama a su hijo, su único hijo. La enseñanza budista incluso va más allá, porque se espera que los verdaderos budistas crezcan tanto en ausencia de egoísmo y amor hacia todos, que renuncian al nirvana para ellos mismos y siguen trabajando hasta que todos sean capaces de alcanzar ese dichoso estado.

Por lo tanto, nadie debería ser conducido a creer que debido a que la evolución debe continuar, no es indispensable que nos preocupemos y entonces permanezcamos indiferentes a los males actuales de la sociedad, sin hacer ningún esfuerzo para corregir las distorsiones que han surgido en la vida del mundo. Como la Sra. Blavatsky lo expresa, la carga del “trabajo cooperativo con la naturaleza” ha caído sobre cada uno de nosotros. Por lo tanto, los perezosos quedarán rezagados, mientras que los peores, ella nos advierte, “los fracasos de la Naturaleza, desaparecerán de la familia humana como algunos hombres individuales, sin siquiera dejar un rastro detrás.”

La humanidad ha sido dotada de libertad para pensar y actuar, pero no de libertad para obstaculizar a la Gran Voluntad que se mueve hacia el bien. La mitología y la historia nos dicen que el mal, finalmente, nunca ha triunfado, y por lo tanto, las aberraciones de la humanidad en cualquier momento, como las que observamos en el mundo actual, son sólo como cambiantes nubes en un vasto cielo; incluso son como remolinos, espuma en la superficie de un gran río que continúa fluyendo inexorablemente hacia su destino, para ser uno con el gran océano de bienaventuranza, del que surgió originalmente como vaporosas nubes.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Sobre La Voz del Silencio


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 Tim Boyd.

Este es el Congreso del Sur de la India número 92, pero para mí es el primer Congreso del Sur de la India al que asisto. Me alegro mucho de estar aquí. He viajado desde muy lejos y llegué anoche a las dos de la madrugada. Por el camino tuve mucho tiempo para pensar en el tiempo que pasaríamos juntos, en el significado de este trabajo que estamos haciendo, y en nuestro estudio de La Voz del Silencio. Una parte de mi viaje hasta aquí  me ofreció la oportunidad de tener cuatro conversaciones fascinantes con cuatro personas distintas en cuatro lugares diferentes de mi ruta.

La primera de esas conversaciones empezó con el caballero que me recogió en mi casa de Wheaton, Illinois. Su familia era de Pakistán. Cuando se enteró de que venía a Chennai estuvo muy contento, porque poco sabía yo que el capitán del equipo de cricket de la India es de Chennai. El cricket parece algo muy alejado de mis pensamientos sobre La Voz del Silencio, pero aquel hombre hablaba con tanta pasión de su interés e implicación en este deporte que los cuarenta minutos del trayecto hasta el aeropuerto pasaron volando. Cuando vuelva a los EEUU, voy a volverlo a ver, para que me pueda enseñar más cosas de este maravilloso deporte.

La segunda conversación ocurrió mientras hacía cola en el aeropuerto. Había una joven a mi lado. Acababa de llegar de Hawai e iba de camino hacia Alemania. Tenía dos trabajos: en Hawai daba clases en una escuela experimental, y en Alemania trabajaba como chef de pastelería. Era muy apasionada y se sentía muy agradecida por tener una vida tan rica y tan diversa. De alguna manera había conseguido combinar estas dos actividades tan distintas. Había visto que la misión de su vida en aquellos viajes era tener la oportunidad de conectar con personas de todo el mundo. Era algo que la inspiraba. Aunque no había oído hablar de la Teosofía, tenía la sensación de ser un alma vieja.

La tercera conversación, y probablemente la mejor, fue con una mujer que estaba sentada a mi lado en el avión. Era una mujer muy sencilla de un pueblo tribal de Argelia, del norte de África. No hablaba ni el inglés ni otra lengua fácilmente reconocible; yo tampoco hablaba ni entendía ninguna de las cosas que decía,  y sin embargo tuvimos una conversación de casi media hora, durante la cual me comunicó profundamente una sensación abrumadora de cordialidad hacia mí. Sin tener el beneficio de la lengua,  hablaba elocuentemente. Me acariciaba la cara y sonreía,  y yo le enseñé a abrocharse el cinturón de seguridad, todas cosas muy simples.

La cuarta conversación tuvo lugar en el autobús que me llevó hasta el último avión que me trajo a Chennai. Resulta que la mujer sentada frente a mí había nacido y crecido en el barrio donde yo crecí en  Nueva York y había ido a una escuela contra cuyo equipo habíamos competido  en Nueva York también, luego se trasladó a Chicago, adonde yo también me había trasladado y ahora estaba de camino a Chennai para trabajar con una serie de equipos de personas del mundo de la empresa.

Todos fueron encuentros que no tenían, aparentemente, nada específico que los relacionara con la Teosofía o con el trabajo interno que hacemos. Podrían verse como unos simples encuentros casuales. Sin embargo, después de esas conversaciones, cada una de aquellas personas cuyo camino se había cruzado con el mío me dejó impresionado. Todos estábamos viajando, y nos dirigíamos a distintos lugares del mundo, pero de alguna forma, en ese tiempo en el que estuvimos uno en presencia del otro, conectamos y nos hicimos cambiar mutuamente, quizás sólo sutilmente, para siempre. Me hizo pensar que la naturaleza de la experiencia humana es exactamente la de ir dejando impresiones. En cada momento estamos dejando la impresión de la calidad de nuestra conciencia en el mundo que nos rodea. Para los sabios, estas impresiones son muy deliberadas y necesariamente útiles. Para los que no lo son, dejamos nuestras impresiones mediante reacciones, de forma irreflexiva, indisciplinada e incontrolada. Probablemente la mayoría tenemos una mezcla de sabiduría y de falta de ella.

Uno de los fines de volver a introducir la sabiduría de la Teosofía en nuestra época ha sido el de intentar elevar la naturaleza de estas impresiones que estamos dejando continuamente en el mundo y en nosotros mismos, el de volver a darle a la humanidad el papel que representa de manera única en la economía de la Naturaleza.

Como teósofos, que hemos tenido el beneficio de conocer las enseñanzas de la sabiduría de la Teosofía, podemos identificar lo que han descrito como las tres joyas del mundo teosófico. Tres libritos que han formado parte de la historia de nuestro movimiento y que parecen ser una expresión muy clara de la naturaleza de la vida teosófica.

Los tres libros son A los Pies del Maestro, Luz en el Sendero y La Voz del Silencio, y este último es el que estudiaremos durante esta conferencia, pero nada existe de forma aislada. En la literatura teosófica tenemos muchos libros que son más ricos que estos tres en términos de información, conceptos y descripciones del funcionamiento interno del mundo en el que vivimos. Pero de alguna manera estos tres parecen un epítome de la Teosofía como un camino y un estilo de vida y ¿por qué?... El valor de estos libros es que son prácticos, que dicen algo que puede ponerse en práctica y aplicar. Aquí es donde radica su sabiduría.

La palabra “práctica” se usa frecuentemente en varios contextos diferentes. Compartiré algo mundano que me ocurrió una vez, pero que tuvo una repercusión en mi manera de pensar. Hace unos años estaba viajando. Esta vez iba a visitar las Cataratas del Niágara, un lugar muy hermoso que se encuentra en la frontera entre Canadá y los Estados Unidos, una de las maravillas naturales del mundo. Llegué hacia el final de la tarde desde el lado del Canadá, que se halla al oeste de este gran río. Cuando llegué a las Cataratas eran más hermosas que lo que decían. La escena era muy fuerte y llenaba todos los sentidos.

Era un día soleado. Cuando me situé en el borde del río para ver las Cataratas con el sol en la espalda, el agua que bullía por el borde, saliendo en un penacho pulverizado que saltaba por los aires;
 dondequiera que miraba veía un hermoso arco iris. Justo al otro lado del río estaban también unas personas que miraban la misma agua que yo, el mismo surtidor. Lo que se me ocurrió entonces fue que del otro lado veían el surtidor, pero por la posición del sol respecto al sitio en el que se encontraban, no veían los arcos iris. Solamente los que estaban en el lado del río donde yo estaba tenían esa visión particular de la naturaleza. En ese momento, me di cuenta de lo que intentamos hacer en nuestra práctica. Lo que vemos está determinado por la forma que tenemos de posicionar nuestra conciencia. La práctica es el intento sistemático que hacemos de posicionar nuestra conciencia para poder percibir debidamente este mundo y los mundos que están más allá del que habitamos.

Según captemos las enseñanzas de estas tres joyas, alteraremos el punto de vista desde el que vemos el mundo. Cada una de estas tres grandes obras ha tenido diferentes autores. Jiddu Krishnamurti, a la edad de trece años, escribió A los Pies del Maestro, el último de estos tres libros en orden cronológico. Luz en el Sendero, el primero, fue escrito por Mabel Collins. La Voz del Silencio fue el último libro que escribió H.P. Blavatsky, dos años antes de morir. Podemos apreciar mejor el lugar que ocupan estos libros, según las etapas del sendero del que hablan, si leemos la primera página de cada libro, la página de la dedicatoria. Cuentan una historia profunda y específica de la intención que tenía el autor al escribirlo.

Las palabras de la dedicatoria del libro A los Pies del Maestro son: “A los que llaman”. Se trata de los que están a la entrada del Templo de la Sabiduría y golpean la puerta para que los dejen entrar. La dedicatoria de Luz en el Sendero es mucho más larga: “Un tratado escrito para uso personal de los que son ignorantes de la Sabiduría Oriental y que desean entrar bajo su influencia”. Está dedicado a los que son ignorantes de un enfoque particular de la Realidad, pero que son suficientemente conscientes como para conocer el gran valor que tiene  estar “bajo su influencia”. Probablemente la dedicatoria más corta sea la de La Voz del Silencio: “Dedicado a los pocos”. No es un libro de consumo popular ni tampoco está dirigido al gran público, sino que es un libro que, según HPB, es dirigido a “los pocos místicos verdaderos que hay dentro de la Sociedad Teosófica”. Dijo más adelante que ese libro iba a ser muy importante para ellos. Ésta es la jerarquía de estos libros particulares. Todos ellos nos conducen por un camino que sigue una dirección específica y culminan en esa obra que estudiaremos, durante el tiempo que podamos compartir juntos: La Voz del Silencio.

La humanidad tiene un papel específico en la economía de la Naturaleza. El elemento humano es un elemento transformador. Ningún otro aspecto del mundo natural tiene esta capacidad que tiene la humanidad. Es algo que desarrollamos mediante la práctica. En última instancia, la práctica nos conduce hasta el punto en el que ya no es necesaria. Hay que esforzarse mucho para llegar a hacerlo sin esfuerzo. Estas obras tienen como fin guiarnos para elevarnos y cumplir el papel para el que estamos aquí como individuos pero, lo más importante, como ese órgano dentro de un cuerpo más grande que describimos como la humanidad.

Me complace inaugurar este estudio que indudablemente será muy productivo y espero estar para la Conferencia del Sur de la India número 93 y tal vez incluso la número 100.

jueves, 3 de marzo de 2016

Autoconocimiento



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S.Ramu

(El Sr. S. Ramu es Gerente de la Editorial Teosófica de Adyar)

   Durante gran parte de nuestra vida, buscamos experimentar y adquirir conocimiento de muchas cosas que están fuera de nosotros. Aunque  el conocimiento de ciertas cosas externas tiene ciertamente un valor funcional, tal conocimiento no tiene resultados beneficiosos. La búsqueda  de tal conocimiento no ha liberado al hombre de los problemas básicos de la vida, tales como el temor, la violencia y el egoísmo. Tal conocimiento puede incluso ser una barrera para conocer alguna otra cosa que pueda ser de mayor valor. El conocimiento del mundo material  parece crear su  propia ignorancia! Quizás sea esa la razón por la que ciertas tradiciones de sabiduría han  diferenciado el  conocimiento superior (parâ-vidyâ o brahma-vidyâ, que debe incluir el ´autoconocimiento´) del  conocimiento inferior (´aparâ-vidyâ´ o conocimiento del mundo externo adquirido a través de los sentidos)

   ¿Por qué debería yo tener autoconocimiento? La vida en general, mis experiencias del mundo y sus impactos sobre mí, deben asimismo depender de cuanto conozco de mí mismo. Necesito comprenderme a mí mismo, dado que los valores de toda las cosas externas a mí dependen de mi estimación sobre ellas. Puedo atribuir gran importancia o valor a algo carente de importancia, sin valor o incluso de valor negativo y viceversa. También es posible que los problemas humanos fundamentales (la miseria, el conflicto, el sufrimiento, etc.) y por consiguiente mis propios problemas sean el resultado de la ausencia de ´autoconocimiento´. Como dijo Platón: "Me parece ridículo estudiar cosas externas cuando no me conozco a mí mismo". J. Krishnamurti recomendó: "Usted no tiene que comprender las enseñanzas, usted tiene que  comprenderse a sí mismo". Mientras percibimos y experimentamos el mundo externo, lo que percibo o experimento podría ser tratado como un reflejo  especular de mí mismo, y puedo contemplar tales reflejos para conocerme a mí mismo mediante mis propios pensamientos y comportamiento.

  ¿Cómo arribo a saber quién soy yo? No tengo otra opción que empezar con la pregunta, ¿Quién soy yo? Más aún, cada vez que experimento algo, necesito seguir haciéndome la misma pregunta ("¿Quien está experimentando?") en diferentes formas. ¿Sólo soy un ser físico? ¿Puedo conocer, sin querer comprender sólo lo que quiero? ¿Puedo razonar, sin racionalizar mis deseos? ¿Puede una comprensión intelectual conducir a una transformación que me libere de las cadenas del tiempo, del espacio, de la causa y el efecto, y de las causas fundamentales de las aflicciones humanas? ¿No está constreñida la transformación a las innatas necesidades humanas --existir, conocer, ser feliz (o estar en paz y bienaventuranza)? ¿Cómo puedo ser inspirado para encontrar desde lo interno y desde las abundantes fuentes de la Naturaleza? ¿Cómo debería prepararme a mí mismo como un aprendiz adecuado, y qué cualidades me harían receptivo para comprender? ¿Puedo abrir mi mente y ser capaz de una percepción sin velos?

          ¿Quién soy yo? ¿Soy mi ego, o la individualidad, el espíritu, la conciencia, etc.? No me parece haber tenido algún ego o individualidad como niño aunque alguna tendencia psicológica latente de auto preservación parece haber existido en la infancia. Mi conciencia individual o ego parece haber llegado a existir por reacciones a estímulos externos. Mi ego parece haber  desarrollado una tendencia a reaccionar a los estímulos externos basado en lo que él percibió como favorable o desfavorable, tendencias de atracción o repulsión. ¿Cómo apareció este ego? En otras palabras, una conciencia (o un principio de vida), en un estado muy inactivo en el nacimiento, mediante la experimentación del ambiente y almacenando tales experiencias como memoria, termina por llenarse de recuerdos y pensamientos. Estas experiencias, recuerdos y pensamientos reaccionan hacia el entorno como favorables o desfavorables para su propia existencia, formando un círculo vicioso, en el cual la única preocupación del ego es ganar más experiencia para fortalecerse.

  Tal ego  parece haber desarrollado el miedo como un mecanismo para su propia defensa y para la protección del cuerpo del cual éste depende. Este miedo, que es una forma de inseguridad para el ego, parece manejar todas sus funciones, incluyendo varios mecanismos de defensa. Esto es debido a la falta de inteligencia, una falsa percepción de amenaza para la seguridad del ego, cuando no hay ni seguridad ni algo para ser asegurado. Paralizado por su propio miedo autoinfligido, el ego quiere escapar de la amenaza y el sufrimiento, en vez de enfrentarlos. Mientras haya sufrimiento en la mórbida imaginación del ego, no hay escape de él; la única opción posible es dejar que la inteligencia releve al ego para tratar al sufrimiento mediante la comprensión del sufrimiento. Por lo tanto el miedo es el compuesto de varias percepciones falsas del ego, el cual parece basar las tendencias del ego en una forma fundamentalmente dualista de acercamiento, ¨yo¨ y los objetos externos. Todos los objetos están ampliamente  clasificados como favorables o desfavorables. Es una paradoja que el ego, un mero agregado de experiencias, recuerdos y pensamientos, el cual no tiene substancia, se convierte en ´ser´ junto con el cuerpo a través del cual este agregado parece funcionar.

   La transformación del ego en pensamiento parece imponer una identidad propia, yoidad, en el pensador, que es el mismo que el ego! Por lo tanto, surgen las preguntas: ¿Puedo transformarme a mí mismo a fin de ser diferente de la identidad impuesta por los pensamientos en el ego? ¿Cómo puedo experimentar lo externo sin agregar egoidad? ¿Destruirá este agregado ficticio algún tipo de acción? Si la acción no puede evitarse, ¿cómo puedo actuar sin incrementar al ego? ¿Depende esto de una acción sin motivo, sin la anticipación de un resultado definitivo o siendo afectado por el resultado? ¿Puedo conocer el bien y el mal?

   Entre otras cosas, al formar una frase, no puede evitarse el uso de un predicado o adjetivo predicativo. Decir, " yo soy" no es correcto, aunque es la única verdad; por lo tanto nos estamos formando a nosotros mismos con "yo soy esto" o " yo soy aquello", dándole una identidad al ego. Pensamientos tales como "esto es mío", "estoy disfrutando", "estoy sufriendo", "poseo", "perdí", "soy atractivo", "soy despreciado" y "he logrado", son todos contraproducentes para el auto-conocimiento, porque proporcionan una identidad basada en atributos y en experiencias para el ego.  Los pensamientos y las palabras distorsionan la verdad; la identidad basada en atributos simbólicos se proyecta en vez del yo real, sin atributos, así como la estatua de un dios es proyectada para ese Dios.

   El ego puede hacerse sublime. Detener los pensamientos implica detener el hábito de formar imágenes, juicios, opiniones, incluyendo las de uno mismo,  lo que significa recuerdos de mis experiencias de dolor y placer. El pensamiento vuelto hacia afuera es el ego y, cuando se vuelve hacia el interior, se disuelve en conciencia pura.

   Evitar pensamientos motivados por el ego no es evitar el pensamiento creativo o escapar de pensamientos y acciones problemáticos. Puede satisfacerle al ego ser un (pseudo) jñâni para escapar de pensamientos y acciones molestos. Por consiguiente, no puedo y no debo evitar acciones, pero puedo intentar y limitar mis acciones a la expresión de mi sentido de responsabilidad y no ser impulsado por pensamientos que auto sustentan al ego. La recta conducta primordial es la "impersonalidad" y todo acto se convierte en mala conducta si existe un motivo. Los motivos son las herramientas del ego. Los pensamientos y acciones virtuosos y desinteresados no son del ego, porque las virtudes son hijas de la inteligencia. Las virtudes también tienen su propia inteligencia, y la compasión es la virtud más importante a ser practicada. La compasión tiene su propia inteligencia, como se ve en gran medida en madres de recién nacidos.

   El egoísmo, el sentido de "yo", se convierte en un sistema de respuesta automatizada como una computadora basada en un programa establecido (en el caso del ego, la programación es a través de las experiencias que ha padecido). Tal condicionamiento de la mente contribuye a su sentido de separatividad. Por lo tanto, en las etapas iniciales, el esfuerzo necesario puede bien ser para des-condicionar la mente. Una vez alcanzada la cualidad de no retener imágenes, quizás no se requieran ulteriores esfuerzos.

   El ego y el "Yo" real son opuestos -si uno es verdadero el otro debe ser falso. Lo opuesto a lo real es lo irreal y el ego irreal no tiene una existencia basada en  lo real. Sólo puedo decir que Yo soy eso que no es un objeto para mí. Tengo que avanzar ´partir de quién no soy, a quién soy yo´. Las etapas incluyen una retirada de los pensamientos del conocimiento de todas las cosas externas, para que lo interno pueda ser realizado. En cualquier momento dado, sólo una experiencia es posible. Sólo en ausencia de la experiencia de lo externo, la experiencia de lo "interno" es posible. El trayecto abarca la negación así como el descubrimiento, renunciación así como realización. La renunciación es la del ego, sus pensamientos, su conocimiento y sus experiencias, y la realización es de la naturaleza ficticia del ego y la no viabilidad del concepto de seguridad para el ego.

   Incluso cuando estoy contemplando estos hechos, soy consciente de que no puedo aplicar el pensamiento para ser totalmente consciente de la verdad. ¿Cómo me doy cuenta de estos hechos más allá del pensamiento por la verdad? El ego puede abstraerse cuando éste se proyecta a sí mismo como pensamiento. Debo limitar la atención al pensamiento creativo y al presente. ¿Puede haber atención sin pensamiento? Los pensamientos funcionales que no se pueden evitar, se les puede permitir que partan sin dejar ningún tipo de residuo, como un ave que no deja en el cielo trazas de su vuelo.

   Esto significa que debo estar constantemente auto-consciente (incluso estar consciente del ego) y recordar el hecho de que, al nivel del ego, sólo soy un agregado de un conjunto de experiencias, desprovisto de sustancia real. En este estado, tengo que discernir entre el bien y el mal, siguiendo lo bueno y eludiendo el mal a través de un acercamiento desapasionado, no personal. Mi percepción debería cambiar. Debería intentar y evitar considerar equivocadamente los  "hechos de la vida" como la verdad subyacente en toda la vida. La verdad no es una experiencia estática, y por lo tanto no hay ninguna duda  de alguien como yo que se esfuerza por llegar a la verdad o por ser totalmente consciente de ella, aunque son posibles vislumbres de ella. Cuando tengo un vislumbre de la verdad puede que no necesite concientemente afanarme por el bien, sin embargo no puedo hacer el mal! Aunque no sea totalmente consciente de la verdad, puedo empezar a meditar sobre estos hechos. Estas prácticas bien pueden ser verdaderas meditaciones para el autoconocimiento, a través de las cuales finalmente, Yo, la meditación, y el autoconocimiento pueden convertirse en uno. En esa etapa de unidad, la pregunta "¿quién soy yo?" se desvanece y no queda nadie que pregunte.

                                                                                                                   

Explórate a ti mismo. Aquí se exigen el ojo y el nervio...

No, más aún, sé un Colón de nuevos continentes y mundos dentro de ti, abriendo nuevos cauces, no de comercio pero sí de pensamiento. Cada hombre es el señor de un reino al lado del cual el terrenal imperio del Zar es un pequeño estado, un montículo dejado por el hielo.

                                                                                                          Henry David Thoreau.